4 de marzo de 2015

FRAGMENTO 66

Turbocrónicas
FRAGMENTO 66
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Si me desvío, licenciado García-Corral, dígamelo para centrarme. Sé volver al punto debido cuando me lo propongo o me invitan a retomar el camino. Se lo aprendí a fuerza a Leo. Mantenerme en la ruta de la vida sin desviarme no podré hacerlo nunca jamás. Está en mí naturaleza. Procuro desviarme solo tantito. Sin frustrarme al extremo de provocarme esterilidad creativa. Hay desvíos que la reencauzan a una. Si defiendo esas desviaciones, defiendo la libertad de pensamiento, creo. Lo último en lo cual no me declararé vencida. Ahí ni siquiera Papito Leo pudo reencaminarme, ni el gobierno lo conseguiría, y si yo termino tras las rejas tampoco arriaré la bandera de mi libertad para pensar y recordar. Recordando y escribiendo.
––Loca ––dijo Leo cuando lo comentamos––. Ni te imaginas lo que es la cárcel.
––Pues la prefiero.
––¿En relación a qué, Petacona?
––A vivir encarcelada mentalmente.
Es como yo me sentía viviendo con él, debí agregar, lic. Mas ¿para qué picarle la cresta? Se la picaba y su reacción era desagradable. Sin violencia física de su parte, pero sí con torturas mentales hirientes. No se lo deseé ni a la vecina.
En la cárcel, lic, yo no pensaría en grandes cosas como para enmendarle a Nietzsche sus tratados, je je. Leo conocía lo elemental de ese demente y, cuando digo elemental, me refiero a su frase manida, entre comillas: Si vas a ver a una vieja no olvides llevar el látigo… Es de él, ¿verdad? Nada nuevo. A Papito Leo le gustaba divulgar ideas ajenas, las frases de otros. Incluso algunas mías.

A cambio yo casi hablaba como él. Palabrotas. Entonaciones. Sobre todo para no quedarme atrás de doña Juanita, para inspirarle confianza y ella me contara de sus romances. Mas a Leo no lo seguía en sus prejuicios. Por ejemplo contra los chilangos, como los llamaba él. También decía que los blancos olían a muerto… ¿Cómo era eso? ¿Y a qué huelen los morenos muertos? A zopilotes muertos, decía él. A pajarracos carroñeros vueltos carroña… Y así, podía seguir él.

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