29 de julio de 2014

FRAGMENTO 42


Turbocrónicas
FRAGMENTO 42
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Para Edmundo Domínguez Aragonés, periodista y escritor amigo, con problemas de salud.

En el viaje a Guanajuato, frente a las momias, observé a Leo de reojo. Haga de cuenta, licenciado García-Corral, que Papito Leo estuviera en tarde de lluvia, en la ventana de nuestro apartamento del DF, pensativo y con mucha seriedad. Así veía él a las momias, bien concentrado. Faltó que se convirtiera en Leoncito Bubú imaginándose quién sabe qué cosas. “Alucinando”, dirían ahora. Después de un paseo en solitario por la ciudad volvió al hotel con datos de su señora madre. Ella no había nacido en la ciudad de Guanajuato aunque hubiera vivido ahí varios años, sino en León, otra ciudad importante del estado.
“¿Cómo supiste?”, le pregunté.
“Vengo de El Incendio, Petacona”, dijo, con un leve aliento a ron. “Es una cantina antigua, a la que fui algunas veces. Ahora me eché tres en la barra para romper el hielo”.
“¿Qué supiste?” pregunté.
“El encargado, un viejo calvo, había conocido a doña Aurelia de León de León”, dijo Leo, “es decir a mi señora madre.Una señorona de melena rubia, dueña de un restaurante a las faldas de un cerro, pero ella había llegado  de León, Guanajuato.
“¿Y?”... “¿Restaurante? ¿Cerro?”, quise preguntarle, pero no iba a permitirme ninguna pregunta y, si me lo permitía, no iba a contestarme nada.
“Parece obvio, ¿no?”, dijo él. “Como era de León pues se apellidaba de León, o sea... Pero me intrigó el doble apellido.
¿Eso se acostumbraba ¿hace cuántos siglos, lic? Lo del apellido. ¿A poco mi madre se apellidaba Comitán porque mis abuelos y mis bisabuelos eran de Comitán?... Doña Natalia Comitán Comitán, je je. ¿Y, por cierto, le dijeron a Leo ¿restaurante? Pudieron haberle dicho burdel y por eso lo miré triste. Como si una poderosa ola violenta hubiera barrido el castillo de arena levantado en la vasta playa solitaria de sus cincuenta y tantos años…

“Ay, lic, qué feas figuras literarias se me ocurren ya de vieja”.

22 de julio de 2014

FRAGMENTO 41

TURBOCRÓNICAS
FRAGMENTO 41
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Borrica Gemebunda, cuando era Renacuaja Rechoncha, es decir, Marta, y yo lavábamos platos, lic. Habíamos comido. Esa prima chatita y simpática, Marta, habla y se le dibujan las venas de la papada. Cierto, hace esfuerzos al hablar, mas no gime, como afirma Papito Leo. Menos tiene dos agujeros por nariz. Sarcasmo lacerante. Según ella. Su marido Rutiliano contaba que mi futura suegra llegó al puerto en busca de nuevos aires porque un viejo amor la abandonó embarazada en Guanajuato.
Nacido el hijo en Veracruz, a la madre le reapareció el antiguo amante, el guanajuatense, el verdadero padre de Leo. ¿Cómo hizo para hallarla, casada ya, si no es porque ella le dijo dónde estaba? De telenovela, lic.
El supuesto padre de Leo, el veracruzano, la buscó en Guanajuato, sin éxito porque los fugados estaban ya retozando felices en California. Mas, si la halla, ¿qué? ¿Iba a encarcelarla por adúltera?..., ¿o por bígama? Primero en tiempo, primero en derecho, habría dictaminado Leo, paladín de la justicia, aunque estuviera de por medio la infelicidad del padrastro. El padrastro de Leo, el entrometido, el veracruzano, viajó también a Estados Unidos…
Por esos días, Leo recibió un anónimo que yo encontré en un saco del traje que iba a la tintorería. Su madre era dueña de un burdel en Guanajuato, le chismeaban, y su apodo era, Dios mío, la Pelos de Oro. Había huido a Veracruz porque hubo una matanza en su burdel. El plan de ella era seguirse a La Habana, donde tenía parientes gallegos o asturianos. Ella fue quien montó la tienda con sus ahorros… Hice cachitos la carta.

Encontré el anónimo hace tres años, lic. Más o menos cuando Leo acusó de ratero al tío Clemente y llamó Borrica Gemebunda a Marta. ¿Habrá Leo sospechado de que el emisario estaba entre sus amigos? ¿Habrá sospechado de sus primos Justino o Rutiliano? De haber inquirido sobre la carta, yo, pico de cera, como dicen. De mensa le confieso que había destruido la prueba del delito. Pero ¿será el anónimo delito?... No, ¿verdad? La difamación, sí.

15 de julio de 2014

FRAGMENTO 40

FRAGMENTO 40 
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Después de hablar pestes del tío, a quien Papito Leo llamó casi casi ratero abusivo, los primos dejaron de ir de visita a menudo a casa. Hubiera bastado el encontronazo con Marta, pero a Rutiliano, al marido de Borrica Gemebunda, de Marta, le pareció insuficiente. Fue necesario que Leo hablara mal del tío Clemente, el padre de los dos primos de Leo .
A mí no me pareció grave la maledicencia y tampoco era primera vez. Peores cosas le había escuchado, como llamar borrica gemebunda a Marta…, y cuando habló horrores del pescuezo, el de ella, de su cuello regordete y sudoroso. Cierto, le suda. Ah cómo le suda. Siempre está enjugándoselo. Pro eso a ellos les importó un comino. Era más importante el viejo carcamechuzo, como lo llamaba Papito Leo,  que una dama, aunque para ellos  ya no había damas. Cuando mucho éramos viejas. Y, si juntas, mejor difuntas, precisaba el par de patanes.
Justino y Rutiliano tampoco regresaron cuando el primo, mi marido, enfermó. Le enviaban el dinero con un mensajero. No era limosna, decía Leo, sino paga porque sus primos necesitaban defensa legal para responder  diversas demandas civiles y penales. Ellos prestan dinero con réditos de usura, y reciben a cambio objetos de valor para proteger el dinero prestado . Relojes, vehículos, escrituras de casa, endosadas, etcétera.
Ya en la cama, Papito Leo empezó a reír. ¿Reía de los apodos endilgados por él a sus primas? ¿Reía de su estar chiqui, chiqui, chiqui toda la tarde?  Para que no siguiera de loco, le pregunté:
“¿Y ahora  de qué maldad te acordaste…?
“Le tengo un invento al Trepamadres”, “dijo. Un secante para pescuezos sudorosos, con ataduras a la nuca parecido al cubrebocas”.
Tengo ya un presupuesto, ventajoso para nosotros.

¡Paaayaso! ¡Paaayaso! Y abusivo.

8 de julio de 2014

FRAGMENTO 39

TURBOCRÓNICAS
FRAGMENTO 39
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

“Escucha prima política…”, le dijo el triple Ele, es decir, Papito Leo, a su prima Berta, y empezó a pasearse por el comedor, manos a la espalda, la actitud del catedrático de ética, “¿por qué hablas de amargura?... Por elemental. ¿Para qué hablar de tu inglés de secundaria? No sabrías distinguir en español o en inglés entre amargura y escepticismo, o entre escepticismo y actitud crítica ante el devenir de las modas, cáncer avasallante del capitalismo salvaje…  Te crees totalmente Palacio, pero conozco tu mercado… De colonia barriobajera, ni siquiera el de la Merced o el de Jamaica. Conozco bien el de la Portales.
Los primos oían en silencio, la vista baja, como siempre, debido al efecto de las cubas, no porque discurseara el primo ilustrado, el profesionista de la familia. Aunque la profesión del primo les pesaba y deslumbrados fueran incapaces, de ver la coraza de hojalata del primo payaso.
“Para distinguir entre amargura, escepticismo y actitud crítica tendrías que ilustrarte”, continuó Leo, yendo y viniendo. “Renacer en molde menos estrecho, ese donde se moldea el cerebro. Abstente de ponerme etiquetas. Yo podría colgar de tu mullido y sudoroso pescuezo el sambenito merecido”.
Dios.
“De un vistazo”, siguió Leo, “tomaría en cuenta el tamaño infantil de tu humanidad, tu creciente corpulencia, y ese par de agujeros que tienes por nariz, no digamos tu gemebunda voz de borrica cintareada. Yo debiera echarte ese vistazo apenas sumario, ¿sabes por qué? Porque no existes para mí. Porque eres una silueta incorpórea, una sombra a la cual puede pisársele sin que, ni un niño, sienta el mínimo temor ante su presencia, como se le puede temer a la sombra, escúchame bien, como se le puede temer a la sombra de una hembra genuina”.
Así continuó y se detuvo cuando el marido de Marta, la Borrica Gemebunda, el primo flaco y como palúdico, Rutiliano, le dijo a ella mejor vámonos.


1 de julio de 2014

FRAGMENTO 38

TURBOCRÓNICAS
FRAGMENTO 38
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Durante una comida con los primos se dio el encontronazo de mi marido y una de las primas, a quien él llamó Borrica Gemebunda. En privado eran lagartonas o renacuajas. Marta, la gordita, la desparpajada, esposa del primo flaco y como palúdico, de Rutiliano. Ya siendo ella Borrica Gemebunda, quedó en Mula Gemebunda. Como sea, Papito Leo suavizó la agresión, je. Mis hijas habían ido al cine.
Todos bebíamos. Yo empiné siempre menos el codo, y el ir y venir de la cocina a la sala contribuía a espabilarme. Leo se ocupaba de que no faltara nada. Entonces yo no tenía que ir corriendito al Oxxo o al Seven. Aquí no se respira miseria, cacareaba, soberbio,  Leo, y menos cuando viene ese par de miserables.
Los primos le restaron importancia al apodo endilgado a una de ellas, supongo. Para mí fue uno de los ataques más rabiosos que le escuché a Leo, quien decía combatir la abusivez y la injusticia. Si se burlaba de los hombres, con las mujeres la saña era hiriente. juzgue usted, lic...
No recuerdo a propósito de qué la gordita y desparpajada, Marta, llamó amargueitor a Leo. Espere, ya sé... Leo estaba criticando a Albi, la mayor de mis hijas, por su intento, días antes, de usar pantalones.
“No seas amargueitor”, le dijo la prima. “Es lo motherno en la mujer”.
Leo ignoraba a las primas. Al impartir cátedra familiar se dirigía a los primos. En esa ocasión,  se volvió a ver a Marta con miradas descalificadoras a través de sus pestañas rizadas de marioneta. La vio como vería a una cucaracha patas arriba, a un vil renacuajo. Reparó en ella acaso porque la palabra amargueitor suscitó risotadas. Aproveché para reír porque mi risa iba a perderse en el fragor del carcajeo general.
“Escucha, prima política… Berta, ¿verdad?... Ah, Marta”.

Nunca jamás se le grabaron  los nombres. En privado llamaba renacuaja esquelética a Berta y renacuaja rechoncha a Marta. ¿Fue buen presagio llamarla prima política? Pésimo. La interpeló con tono de furia contenida.