Turbocrónicas
FRAGMENTO 98
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
Nadie sabía en la capital hacer papas a la francesa,
según el licenciado Leonardo López de León. Paladar fino gracias al consumo
vasto de garnachas en el mercado de Jalapa y de canillas en La Parroquia del
puerto de Veracruz. Los escasos momentos de satisfacción se dan con el estudio
y con el trabajo, arguía él…
Rechazaba que una pieza de música, cierto libro, una
película, el amanecer o el atardecer, la sonrisa de sus hijas, constituyeran
sucedáneos de la felicidad. ¡Mamadas!, decía don Superbuenasmaneras. Es usted
una sentimentaloide, doña Petacas. Sus argumentos son los de un espíritu culéi.
La vida no son bonitos atardeceres ni la sonrisa chimuela de escuincles
moquientos. La vida es chinga, y a diario… ¿Una melodía? ¡Mamadas! ¡Cosa de
chotos!, y las mamadas, doña Petacas, en la cama… ¿Confundía yo felicidad con
paz interna, con el espíritu en sosiego? ¿Y qué?… Reenderezaré mis objetivos en
la búsqueda del equilibrio de mis emociones. ¿Lo conseguiré muerto él?
Respecto a la
felicidad, Leo y yo nunca jamás nos
pusimos de acuerdo teniendo cada uno de nosotros opiniones disímiles. La
felicidad se persigue de oficio, proclamaba a veces pero ya ebrio... Para él
casa propia, coche del año y botellas de ron constituían la felicidad. Para mí,
lectura y música. Vida sin tronarme los dedos porque, o pagaba la nueva
graduación de los lentes de mis hijas y el dentista, o la luz y el gas y el
súper. De vez en vez un vestidito de contrabando comprado a doña Juanita.
Hubiera querido viajar, pero no para divertirme viendo
momias ni para comer picadas o sopes, ni para atiborrarme de canillas. A él le
chiflaban las canillas. Para acabarla de amolar, sopeadas. Diez, veinte piezas…
Algún trauma feliz de su niñez, si hubiera de esos traumas. Picadas, garnachas
o sopes y canillas le insuflaban felicidad, si la satisfacción física en ese
renglón fuera sinónimo de dicha, de éxtasis. Bastaba mirarlo. Abstraído.
Concentrado, masticando sus mantecosas fritangas. Además él podía prolongar tal
felicidad con más garnachas o más canillas. Hasta que… No. Eso me lo callo por
asqueroso.
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