13 de octubre de 2015

fragmento 98

Turbocrónicas
FRAGMENTO 98
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Nadie sabía en la capital hacer papas a la francesa, según el licenciado Leonardo López de León. Paladar fino gracias al consumo vasto de garnachas en el mercado de Jalapa y de canillas en La Parroquia del puerto de Veracruz. Los escasos momentos de satisfacción se dan con el estudio y con el trabajo, arguía él…
Rechazaba que una pieza de música, cierto libro, una película, el amanecer o el atardecer, la sonrisa de sus hijas, constituyeran sucedáneos de la felicidad. ¡Mamadas!, decía don Superbuenasmaneras. Es usted una sentimentaloide, doña Petacas. Sus argumentos son los de un espíritu culéi. La vida no son bonitos atardeceres ni la sonrisa chimuela de escuincles moquientos. La vida es chinga, y a diario… ¿Una melodía? ¡Mamadas! ¡Cosa de chotos!, y las mamadas, doña Petacas, en la cama… ¿Confundía yo felicidad con paz interna, con el espíritu en sosiego? ¿Y qué?… Reenderezaré mis objetivos en la búsqueda del equilibrio de mis emociones. ¿Lo conseguiré muerto él?

Respecto a la felicidad, Leo y yo nunca jamás nos pusimos de acuerdo teniendo cada uno de nosotros opiniones disímiles. La felicidad se persigue de oficio, proclamaba a veces pero ya ebrio... Para él casa propia, coche del año y botellas de ron constituían la felicidad. Para mí, lectura y música. Vida sin tronarme los dedos porque, o pagaba la nueva graduación de los lentes de mis hijas y el dentista, o la luz y el gas y el súper. De vez en vez un vestidito de contrabando comprado a doña Juanita.

Hubiera querido viajar, pero no para divertirme viendo momias ni para comer picadas o sopes, ni para atiborrarme de canillas. A él le chiflaban las canillas. Para acabarla de amolar, sopeadas. Diez, veinte piezas… Algún trauma feliz de su niñez, si hubiera de esos traumas. Picadas, garnachas o sopes y canillas le insuflaban felicidad, si la satisfacción física en ese renglón fuera sinónimo de dicha, de éxtasis. Bastaba mirarlo. Abstraído. Concentrado, masticando sus mantecosas fritangas. Además él podía prolongar tal felicidad con más garnachas o más canillas. Hasta que… No. Eso me lo callo por asqueroso.

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