27 de octubre de 2015

FRAGMENTO 100

Turbocrónicas
FRAGMENTO 100
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Los amigos disimulaban apenas su aburrimiento al escucharle, reiterativo, cómo hacerle para llevar al país del tercer mundo al primero, si él fuera senador o diputado, secretario de algún gobierno o presidente. Gobiernan los improvisados, pontificaba. Pululan los cucañeros y los trepadores. Los economistas son los más nocivos. Hay que recuperar las riendas del país… Cuando él hablaba maravillas de la profesión e injuriaba a quienes llevaron al país al sitio más jodido del tercer mundo, sus oyentes, exhibían relativo interés.
––Echeverría quiso dignificar al tercer mundo ––dijo Leo–– y De la Madrid nos hundió… Economista por cierto.
En su tratado los presidentes iban a ocupar un sitio preponderante al analizarles sus capacidades mentales, fundamentadas o no en su dieta y en su constitución física.
Leo se preguntaba de qué modo presidentes mujeriegos como López Mateos y López-Portillo rejodieron, entre comillas, el destino de la república. ¿Cómo personajes alejados del concepto de belleza occidental, si fuéramos occidentales y no tataranietos de las migraciones asiáticas, alentaron matanzas o asesinatos individuales, guiados por la diabólica mente de cada uno de ellos y aguijoneados por la sed de venganza? ¿Cómo había influido en los presidentes Díaz Ordaz y en Salinas de Gortari, je je, el consumo de los frijoles?
––¿Y los retrasados mentales? ––preguntó el Trepamadres.
––Sería interesante investigarles el coeficiente intelectual ––dijo Leo––. Es clásico murmurar mira a ese rependejo qué buena vieja trae, o mira a ese otro, de tan pendejo babea y llegó a presidente. Descalificamos a la ligera.
––En tierra de rependejos, ¿el pendejo gobierna? ––preguntó el Trepa.
Nadie le respondió.
¿Descalificar a la ligera, dijo Leo? Si es justo cuanto él hacía... Arreemos parejo, expresaba. No hay desperdicio… ¿Le suena contradictorio, lic?
Si las ollas de los frijoles, del arroz y del mole saturan de plomo el organismo, pues también el de los presidentes, ¿o acaso ellos tenían ollas especiales?... La banda presidencial no iba a curarlos de los efectos de quién sabe cuántos litros de frijoles de la olla o de kilos de frijoles fritos o refritos.

Me pregunto qué tanto mole consumiría Díaz Ordaz en Puebla o en Oaxaca, regiones de todos los moles. Ese político priista odiaba a los estudiantes, según Leo, porque así le había ido con sus contemporáneos... ¿Y si sólo era el efecto de unas tripas ulceradas y de un estómago aventado como lo llamaba mi mami avivándoles la neurosis? Quizá esos hombres comían sus frijolitos de olla exprés, je. Está bien, las de barro emploman, pero ¿y los efectos del caldo de hierro?...

20 de octubre de 2015

fragmento 99

Turbocrónicas
FRAGMENTO 99
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

––¿Sabes qué, Petacona? ––preguntó mi esbelto marido, talla cuarenta y dos de pantalones y uno setenta de estatura––. Como tú sabes, porque eres intelectuala y culta, los macuarros del emperador Cuauhtémoc le traían mojarras y guachinangos desde el puerto de Veracruz hasta el altiplano. Hacían carreras de relevos de unos cuatrocientos kilómetros.
––¿Y?
––¿Sabes qué pediré a diario, por avión, cuando le pegue al Melate?
Por entonces Leo ya no decía cuando venda un millón de ejemplares de mi libro.
––¿Sopes? ––le pregunté––. ¿Picadas? ¿Una canasta de garnachas y un galón de salsa?
––¡Ya ves! ––dijo––. Eres muy, pero muy güey… Resulta que a Córdoba no van aviones... Aunque, mira, güey, no eres tan güey… Mandaría a un mamacallos al puerto, y de ahí a Córdoba de ida y vuelta por los sopes y por dos docenas de… ¿Adivina?
Odiaba sus adivinanzas, por complicadas o elementales.
––Me doy. Debo irme, ya son ocho y media.
––Podrían darme la sorpresa tú y las pendejitas, y complacerme… trayéndome en avión las picadas, que no sopes ni garnachas, trío de güeyes, y…, ¡ta ta ta tan!..., ¡veinticuatro canillas!
Nunca le pregunté por qué le decía pendejitas a sus hijas. No por su falta de respeto. Yo la daba por descontado. Por los diminutivos... Hubiera sido el colmo si contesta que de cariño. ¿O era doble insulto porque no llegaban a pendejas del todo?   
A veces actuaba como un infantiloide abusivo.
Cuando Leo y sus amigotes llegaban a casa a rematar la juerga a media noche, levantada yo a zapes, debía preparar los huevos parranderos en caldillo de chile chipocle o los chilaquilitos con chile de árbol... Perdón, chilaquiles...
Yo procuro el uso de los diminutivos cuando procede. Sin exagerar, ¿ajá? No todo diminutivo se oye bien, como el de Herculano, ¡ji! ¡ji!... Hércules sí, mas Culitos Vergara lo desquiciaba... Eso de los diminutivos es de chotos, decía Leo. Hasta los pendejos se sienten orgullosos cuando los llaman rependejos o grandísimos pendejos.


Quién sabe por qué me habría caído bien un viaje a Las Vegas, adonde mi marido ambicionaba ir cada fin de semana…, sin nosotras. Trató de entusiasmar a sus amigos pero, sin esposas, ellos no aceptaron..., o ellas no lo permitieron. Excepto el Trepamoders. Leo no moría por jugar nada. A lo mejor era como el rey Juan Carlos sin capacidad para el juego. La capacidad de concentración de Leo era cada vez menor. Sólo que tuviera su cuba junto a él, o que les soltara equis discurso a los amigotes sentados a la mesa redonda del comedor o en torno a la mesa de centro. Mientras tanto, yo lavaba platos o preparaba los platillos picosos.

13 de octubre de 2015

fragmento 98

Turbocrónicas
FRAGMENTO 98
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Nadie sabía en la capital hacer papas a la francesa, según el licenciado Leonardo López de León. Paladar fino gracias al consumo vasto de garnachas en el mercado de Jalapa y de canillas en La Parroquia del puerto de Veracruz. Los escasos momentos de satisfacción se dan con el estudio y con el trabajo, arguía él…
Rechazaba que una pieza de música, cierto libro, una película, el amanecer o el atardecer, la sonrisa de sus hijas, constituyeran sucedáneos de la felicidad. ¡Mamadas!, decía don Superbuenasmaneras. Es usted una sentimentaloide, doña Petacas. Sus argumentos son los de un espíritu culéi. La vida no son bonitos atardeceres ni la sonrisa chimuela de escuincles moquientos. La vida es chinga, y a diario… ¿Una melodía? ¡Mamadas! ¡Cosa de chotos!, y las mamadas, doña Petacas, en la cama… ¿Confundía yo felicidad con paz interna, con el espíritu en sosiego? ¿Y qué?… Reenderezaré mis objetivos en la búsqueda del equilibrio de mis emociones. ¿Lo conseguiré muerto él?

Respecto a la felicidad, Leo y yo nunca jamás nos pusimos de acuerdo teniendo cada uno de nosotros opiniones disímiles. La felicidad se persigue de oficio, proclamaba a veces pero ya ebrio... Para él casa propia, coche del año y botellas de ron constituían la felicidad. Para mí, lectura y música. Vida sin tronarme los dedos porque, o pagaba la nueva graduación de los lentes de mis hijas y el dentista, o la luz y el gas y el súper. De vez en vez un vestidito de contrabando comprado a doña Juanita.

Hubiera querido viajar, pero no para divertirme viendo momias ni para comer picadas o sopes, ni para atiborrarme de canillas. A él le chiflaban las canillas. Para acabarla de amolar, sopeadas. Diez, veinte piezas… Algún trauma feliz de su niñez, si hubiera de esos traumas. Picadas, garnachas o sopes y canillas le insuflaban felicidad, si la satisfacción física en ese renglón fuera sinónimo de dicha, de éxtasis. Bastaba mirarlo. Abstraído. Concentrado, masticando sus mantecosas fritangas. Además él podía prolongar tal felicidad con más garnachas o más canillas. Hasta que… No. Eso me lo callo por asqueroso.

fragmento 97

Turbocrónicas
FRAGMENTO 97
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
––Asusta tu falta de aspiraciones, Fundillona ––dijo––. Eres una conformista. Siempre lo he sabido y por eso piensas tú que eres feliz a ratos. No te has dado cuenta de que puedes serlo de modo permanente gracias a mi, a lo que yo consiga para ti, incuso en el terreno intelectual. Pero antes tienes que llegar al límite. No me digas que la prepa fue tu límite, y casarte y tener dos hijas…
¿Feliz gracias a ti?, debí decirle. ¡No me digas!... Respecto a mis aspiraciones, él las ignoraba. No porque yo se las mantuviera ocultas, porque de lo mío nada le interesaba. Mis aspiraciones eran un cero a la izquierda para él. Primero estaba el licenciado Leonardo López de León y enseguida el Trepamoders. Las aspiraciones de su amiguísimo eran, o son, vivir bien, sin esfuerzos y de la transa. De ese tamaño… No porque Leo quisiera más a su amigo. No. Porque el asunto femenino le parecía de poca monta.
La inversión para cumplir mis aspiraciones era, pues, de unos cuantos pesos. Mas los momentos de sosiego cuestan, lic. Lo sé. También eso debe pagarse si hay familia. De no haberla tenido, ¿cuáles necesidades? Cuarto y cama. Mesa y silla. En cuanto al sexo, como doña Juanita... Mis recibos a pagar por mi amante en turno serían ínfimos, sin el recibo del teléfono ni el de la tele, je je.
Solo deseaba una hora, dos de sosiego para leer y escribir. Esa era mi felicidad. La felicidad sustentada en la familia y en la escritura. Nomás los pendejos son felices, doña Petacas, decía Leo, escéptico, porque rechazaba ser pesimista. Ésos que viven revolcándose en las heces de su conformismo perpetuo sin darse cuenta, o que suponen que ese es el estado ideal del ser humano, echar la güeva. Por ejemplo, usted, ¿verdad, doña Petacas?...

Yo nunca jamás le pregunté qué significaba para él leer el periódico, bebiendo tantas cubas como le cupieran en su cada vez más redondo tinaco. Qué significaba la noche frente a la tele durante las funciones de boxeo con sus amigotes alrededor, empinando el codo y atragantándose de pizzas de anchoas y de perros calientes, de pistaches y de papas Saratoga.

22 de septiembre de 2015

FRAGMENTO 95

Turbocrónicas
FRAGMENTO 95
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
Eso de poseer casa en las Lomas y coche del año le importaba, de la familia, nomás a él. Debemos progresar hasta en el último segundo, era su engreído argumento. Al respecto, guardaba semejanza con doña Juanita. Si bien, al contrario de ella, él renegaba de su clase. Cuando le recomendaron La Mansión de la colonia del Valle, en Insurgentes, casi esquina con Béistegui, olvidó el Loma Linda. Iba por el chorizo, por las empanadas y por las tiras de asado. El menú de La Mansión era como el del Loma Linda, y cerca de nuestra colonia.
––Si no te compro el palacete en Las Lomas entonces en la del Valle ––murmuró él––. Aunque esté poblada de clase media pedorra.
––¿Y tú qué eres? ––le pregunté––. ¿Clase obrera?
––Observador extraterrestre ––dijo.
A La Mansión llegábamos por Eugenia. Él giraba en Insurgentes a la derecha y le dejaba el coche al acomodador. Al salir, compraba enteros de la Lotería y después, en la decadencia, una tira de cinco fracciones. Volvíamos por Béistegui a Vértiz sin buscar casa. 
––Caminemos ––le dije––. Haríamos como una hora de ida y vuelta.
––El tiempo es oro ––dijo él––. Caminan los jodidos, a quienes les gusta papar moscas y de paso continuar sumidos en la pinche jodidencia.
Pero sí caminaba… De recién casados fue a Laguay unos dos o tres años, el deportivo que está en Churubusco y División del Norte. Un viernes confesó a sus amigotes que caminaba en la pista y era adicto al vapor. Después empezó a ir de noche para evitar a los pedigüeños y aprendida la lección se portó retraído y malencarado. El Trepa le preguntó qué le pedían… Él, un pedigüeño.

––De mañana va un viejo gordo, chaparro y prieto ––dijo Leo––. Sexagenario. Arquitecto. Pintados de color zanahoria los ralos pelos lacios. Cierta mañana se me acercó para hablarme de sus achaques. Minuciosamente. Triglicéridos, ataques de gota, veinte kilos de sobrepeso. Le habían extirpado las amígdalas, la vesícula, el apéndice, el cáncer de mama, etcétera. Si a la mañana siguiente los investigadores hubieran descubierto un nuevo mal, él lo habría pescado poco antes y ¡al quirófano!