De la feria, según te vaya
Leí dos veces el correo de Ignacio
Trejo Fuentes (ITF) y quedé perplejo sin llegar a patidifuso. Acostumbro leer
los correos al final de mis tres sesiones de trabajo porque unos me dejan
temblando de neurosis y otros de espanto. Las cadenas y las cretineces, respectivamente.
Pero a ITF, escritor y crítico, lo tengo en la categoría de aves de buen agüero.
Por eso lo abrí de inmediato… En una mesa de la Feria de Minería había libros
míos a precios de “ganga”, informaba, y yo podía “comprarlos todos”. Imaginé la
pila de un metro de altura. De inmediato le agradecí el tip. Mi segunda
reacción fue de rechazo. ¿Cómo comprar mis propios libros? Luego, pensándolo
bien, el quinientón de reserva para cualquier libro importado, uno y hasta 1.5,
podía destinarlos a semejante rescate. Pero ¿cargar tantos como veinte? Bueno, la
mitad, o cinco, bastante manejables.
Cada vez soy más indeciso y recurro
al viejo consejo: si dudas no actúes… Odio cuando acreditan a la abuela esas
sugerencias. También a un personaje como ese de Sancho, ladran, es decir
cabalgamos. Claro, más grave es caer en manos de los caza-plagiarios. Así que
le pregunté a Petunia. Puedes venderlos en tus pláticas, respondió ella,
aplicando la tasa del editor: a cuatro veces su costo. No, le dije, sólo al
doble. Está bien, dijo ella aunque contradice al gobierno en cuanto a que la
inflación es sólo del tres por ciento. Es del treinta, dice, indignada, del
cincuenta.
Mientras entraba al Palacio
de Minería iba pensando en que soportaría todo menos un libro mío guillotinado como
le ha sucedido a escritores famosos. ¿Debía agregar el pago de mi entrada al
costo de “Muñequita de barrio” (FCE, 1998) cuando vendiera los ejemplares? Pregunté
dónde estaba situado el Fondo de Cultura Económica y llegué de tres zancadas a
“la mesa de ofertas”. Directo para no engentarme. Con vista de reportero la
ubiqué, era como de dos metros por lado. Le di varios vistazos por encima de
las pilas y por debajo, y entonces pregunté. Un chamaco de gafas, buena onda,
fue a una compu. Hay dos ejemplares, informó…
¡¿Sólo dos?! ¿Y si un
despistado los adquiría? ¿Y si ya habían estado ahí y se los habían llevado? El
chico ofreció buscarlos en cuanto hiciera no sé qué cosa. Al darme la espalda, troté
hacia la salida como caballo percherón con dos orejeras. ¿Había agotado la
edición catorce años después?
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