13 de marzo de 2012

TURBOCRÓNICAS



De la feria, según te vaya

Leí dos veces el correo de Ignacio Trejo Fuentes (ITF) y quedé perplejo sin llegar a patidifuso. Acostumbro leer los correos al final de mis tres sesiones de trabajo porque unos me dejan temblando de neurosis y otros de espanto. Las cadenas y las cretineces, respectivamente. Pero a ITF, escritor y crítico, lo tengo en la categoría de aves de buen agüero. Por eso lo abrí de inmediato… En una mesa de la Feria de Minería había libros míos a precios de “ganga”, informaba, y yo podía “comprarlos todos”. Imaginé la pila de un metro de altura. De inmediato le agradecí el tip. Mi segunda reacción fue de rechazo. ¿Cómo comprar mis propios libros? Luego, pensándolo bien, el quinientón de reserva para cualquier libro importado, uno y hasta 1.5, podía destinarlos a semejante rescate. Pero ¿cargar tantos como veinte? Bueno, la mitad, o cinco, bastante manejables.
Cada vez soy más indeciso y recurro al viejo consejo: si dudas no actúes… Odio cuando acreditan a la abuela esas sugerencias. También a un personaje como ese de Sancho, ladran, es decir cabalgamos. Claro, más grave es caer en manos de los caza-plagiarios. Así que le pregunté a Petunia. Puedes venderlos en tus pláticas, respondió ella, aplicando la tasa del editor: a cuatro veces su costo. No, le dije, sólo al doble. Está bien, dijo ella aunque contradice al gobierno en cuanto a que la inflación es sólo del tres por ciento. Es del treinta, dice, indignada, del cincuenta.
Mientras entraba al Palacio de Minería iba pensando en que soportaría todo menos un libro mío guillotinado como le ha sucedido a escritores famosos. ¿Debía agregar el pago de mi entrada al costo de “Muñequita de barrio” (FCE, 1998) cuando vendiera los ejemplares? Pregunté dónde estaba situado el Fondo de Cultura Económica y llegué de tres zancadas a “la mesa de ofertas”. Directo para no engentarme. Con vista de reportero la ubiqué, era como de dos metros por lado. Le di varios vistazos por encima de las pilas y por debajo, y entonces pregunté. Un chamaco de gafas, buena onda, fue a una compu. Hay dos ejemplares, informó…
¡¿Sólo dos?! ¿Y si un despistado los adquiría? ¿Y si ya habían estado ahí y se los habían llevado? El chico ofreció buscarlos en cuanto hiciera no sé qué cosa. Al darme la espalda, troté hacia la salida como caballo percherón con dos orejeras. ¿Había agotado la edición catorce años después?


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