TURBOCRÓNICAS
FRAGMENTO
21
de “El último protomacho, creativo y
perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”,
novela de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
Nuestros
dos viajes de fin de año, a Córdoba primero y a Guanajuato después,
resultaron incómodos. Leo tenía prohibidísimo beber y comer en abundancia, y
¿qué cree? En el mercado de Córdoba se desayunaba con una docena de picadas
rebosantes de salsa roja y de queso fresco. Cualquiera se suicida comiendo.
––¿Sabes cuándo detenerte? ––le pregunté el primer día.
––Claro, doña Petacas ––respondió don Superbuenasmaneras––.
No me subestimes. Le paro a la primera flatulencia.
Comía dos o tres mojarras y, de cena, ordenaba la engañosa
ensalada del chef con embutidos, y
dos o tres cafés y doble ración de pasteles.
En Fortín de las flores,
al regreso del mercado, nos sentamos a una mesa alrededor de la alberca.
Las muchachas estaban en su cuarto poniéndose
el traje de baño. Ellas se habían desayunado en el hotel. Varios niños
jugaban a tirarse desde el trampolín. Metido en el agua, el padre los animaba…
Los chamacos llegaban hasta arriba y volvían a bajar, tras asomarse, presas del
miedo. Observándolos, Leo murmuraba culeritos.
Me abstraje viendo, la
sierra verde. Pensaba en cómo contar mi historia junto a aquel suicida,
despreciable en plan de grosero y que cavaba su tumba con los dientes. Como no
hubo eco en mí de sus agresiones, se puso a narrar las idas de pinta a los
muelles del puerto para presumir su arrojo. Momentos de dicha para una niñez
infausta, según él. La tropilla se lanzaba en fila, uno tras otro, al mar sucio,
entre los barcos, y emergía en espera de que los turistas arrojaran unas
monedas. Luego iban a las nieves, frente al mercado de las artesanías.
––El mar es para pocos ––dijo Leo––. Puede meterte su lengua
hasta que te ahoga, escribió esa mujer, la Rivera, Silvia Tomasa Rivera.
Paisana mía. Léela. El mar puede ahogarte, destrozarte, es como un beso del
diablo.
Iba a leerla. Sonaba interesante. Imaginé a Leo niño
hundiéndose en las aguas del golfo y
oyendo cómo el sol también se hundía efervescente.
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