FRAGMENTO 20
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
Papito Leo aprobó mi regreso
al trabajo, nacidas las niñas. Es más, empezó a animarme de un tiempo a esa
parte. Le recuerdo, lic, que murió cuando teníamos veinticinco años de casados.
“En lo que sea, Petacona”, decía. “Gánate unos pesos. Aquí no te falta nada.
Distráete…” Recomencé con medio tiempo de secretaria en la editorial. Deseaba
editar libros. A Leo lo tenía sin cuidado y, Entonces, apenas dio el gasto.
Tampoco le importaron los
estudios de las niñas, y no ayudó ni llevándolas a la escuela ni yendo por
ellas… Yo las llevaba e iba corriendo por ellas. Tuve horario completo de
trabajo cuando las hijas entraron a la
secundaria.
Mi aprendizaje como editora
ha sido lento. Sé cómo se hacen los libros aunque no he editado uno todavía.
Entré a corrección. Los primeros años dormí de pie. Era la señora de la casa y
la chacha. Hacía de comer y lavaba y planchaba, y hacía el aseo. Ahora mis
hijas ayudan. Yo pagaba el súper, la luz, el gas, el agua, la escuela de las
niñas, sus lentes, ropa, el dentista, etcétera.
Un día Hice cuentas. Era más
barato vivir aparte.
Leo pagaba el alquiler del
apartamento y el trago y los cigarros y las pizzas del Trepamoders. Ahorraba
para comprar nuestra casa propia, decía. Nada. Mentira... Ahora miento yo
porque estrenamos un sofá y pagó un mingitorio, un orinal. Sus amigotes
orinaban el cubreasiento del escusado y eso lo ponía frenético… Nunca jamás
compró la casa y si ahorró quién sabe donde está ese dinero. ¿Ya le dije que no
le gustaba tener cuenta bancaria? Sospecho de que el dinero paró con la
suplente, con el repuesto… En nosotras gastó llevándonos a Fortín de las
Flores, en Veracruz, ¿ajá?, y a Guanajuato.
Leo era del puerto de
Veracruz, lic, y lo presumía si lo consideraba
necesario. Cuando no, exponía con resabios sus experiencias porteñas. Nos llevó
a Fortín de las Flores y nos hospedamos en el hotel del mismo nombre, cerca de Córdoba.
Él ya había estado ahí, supe por sus indiscreciones, cuando yo ni sospechaba la
existencia de la otra. Leo había viajado a Fortín para asistir a fiestas de los
parientes de su amigote el Trepamoders, y a diligencias judiciales.
A Guanajuato viajamos porque
la madre era de ahí, le habían dicho a él. Aunque luego de ver a las momias,
dijo que siempre no, je je. Enseguida su mami fue originaria de León y se
inventó una historia increíble. No tuve valor para decirle que la primera
historia de la señora no encajaba con la segunda.
De haber tenido datos, como
los tuve, ignoro si fidedignos, tampoco lo desmiento. Por mí que se creyera
cuanto quisiera creer, si gracias a esas mentirijillas sostenía en pie su
frágil cordura. Quien hubiera sido mi suegra falleció a los tres años de edad
de Leo. Esa fue la primera versión. A él lo llevaron huérfano al puerto a vivir
con sus tíos paternos y primos.
El tío, hermano del papá de
Leo, llamado también Leonardo, tuvo allá una tienda de abarrotes. Al partir
Leonardo grande en busca de la mamá de Leonardo chico, al enterarse de que ella
no había muerto y vivía en Estados Unidos, hijo y tienda quedaron a cargo del
tío Clemente. El papá no regresó, y los intentos de Leo por hallarlo fueron escasos
y superficiales.
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