18 de febrero de 2014

FRAGMENTO 20

FRAGMENTO 20
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)


Papito Leo aprobó mi regreso al trabajo, nacidas las niñas. Es más, empezó a animarme de un tiempo a esa parte. Le recuerdo, lic, que murió cuando teníamos veinticinco años de casados. “En lo que sea, Petacona”, decía. “Gánate unos pesos. Aquí no te falta nada. Distráete…” Recomencé con medio tiempo de secretaria en la editorial. Deseaba editar libros. A Leo lo tenía sin cuidado y, Entonces, apenas dio el gasto.
Tampoco le importaron los estudios de las niñas, y no ayudó ni llevándolas a la escuela ni yendo por ellas… Yo las llevaba e iba corriendo por ellas. Tuve horario completo de trabajo cuando las hijas  entraron a la secundaria.
Mi aprendizaje como editora ha sido lento. Sé cómo se hacen los libros aunque no he editado uno todavía. Entré a corrección. Los primeros años dormí de pie. Era la señora de la casa y la chacha. Hacía de comer y lavaba y planchaba, y hacía el aseo. Ahora mis hijas ayudan. Yo pagaba el súper, la luz, el gas, el agua, la escuela de las niñas, sus lentes, ropa, el dentista, etcétera.
Un día Hice cuentas. Era más barato vivir aparte.
Leo pagaba el alquiler del apartamento y el trago y los cigarros y las pizzas del Trepamoders. Ahorraba para comprar nuestra casa propia, decía. Nada. Mentira... Ahora miento yo porque estrenamos un sofá y pagó un mingitorio, un orinal. Sus amigotes orinaban el cubreasiento del escusado y eso lo ponía frenético… Nunca jamás compró la casa y si ahorró quién sabe donde está ese dinero. ¿Ya le dije que no le gustaba tener cuenta bancaria? Sospecho de que el dinero paró con la suplente, con el repuesto… En nosotras gastó llevándonos a Fortín de las Flores, en Veracruz, ¿ajá?, y a Guanajuato.
Leo era del puerto de Veracruz, lic, y lo presumía si lo consideraba necesario. Cuando no, exponía con resabios sus experiencias porteñas. Nos llevó a Fortín de las Flores y nos hospedamos en el hotel del mismo nombre, cerca de Córdoba. Él ya había estado ahí, supe por sus indiscreciones, cuando yo ni sospechaba la existencia de la otra. Leo había viajado a Fortín para asistir a fiestas de los parientes de su amigote el Trepamoders, y a diligencias judiciales.
A Guanajuato viajamos porque la madre era de ahí, le habían dicho a él. Aunque luego de ver a las momias, dijo que siempre no, je je. Enseguida su mami fue originaria de León y se inventó una historia increíble. No tuve valor para decirle que la primera historia de la señora no encajaba con la segunda.
De haber tenido datos, como los tuve, ignoro si fidedignos, tampoco lo desmiento. Por mí que se creyera cuanto quisiera creer, si gracias a esas mentirijillas sostenía en pie su frágil cordura. Quien hubiera sido mi suegra falleció a los tres años de edad de Leo. Esa fue la primera versión. A él lo llevaron huérfano al puerto a vivir con sus tíos paternos y primos.

El tío, hermano del papá de Leo, llamado también Leonardo, tuvo allá una tienda de abarrotes. Al partir Leonardo grande en busca de la mamá de Leonardo chico, al enterarse de que ella no había muerto y vivía en Estados Unidos, hijo y tienda quedaron a cargo del tío Clemente. El papá no regresó, y los intentos de Leo por hallarlo fueron escasos y superficiales.

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