7 de marzo de 2013

LA CAZA DEL PATO


LA CAZA DEL PATO
TURBOCRÓNOCAS
MARCO AURELIO CARBALLO
Era mi segunda noche en el hospital, recuerdo, y estaba atormentado pensando en qué suerte iba a tener con el pato, ese adminículo que se emplea a cambio de las idas al baño. Hay poderosas razones para utilizarlo, pero yo procuré siempre ir al baño caminando.
––Aquí no hay quien lo cuide ––dijo una enfermera, y, si va solo al baño, puede caerse.
¿Tan torpe estaba?
Aún no oía la divisa de las enfermeras. Su lema. Su grito de guerra: “¡Rápidas!, ¡efectivas y amorosas!”
El caso es que si un paciente lograba cazar un pato hacía lo posible por quedarse con él y qué mejor que apretujándolo por la panza con la entrepierna a fin de que no escapara.
El pato era de metal y, que yo supiera, en ningún momento escuché ningún aleteo metálico porque emprendiera el vuelo, harto del acoso...
Se lo conté a mi hijo Mario, quien sonrió, divertido.
-- Y ¿usas el cómodo?, preguntó él.
Ahí sí que ni un paso atrás ––le respondí––. Era sin duda un chunche repugnante. Un aparato de tortura posmoderna.
Andaba pues a la caza del pato cuando la Princesa anunció que se marchaba. Antes vi como que iba a persignarse.
¿Sucede algo?, le pregunté.
––¿Qué crees?, ––dijo ella con una sonrisa enigmática. ¿A quién crees que tienes ahora de vecina? Con la mirada le pregunté ¿a quién?
A una señora de apellido Gayosso.
La princesa tiene un sentido del humor negro que me divierte.


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