27 de marzo de 2013

Cabeza de pichancha


Turbocrónica
Marco Aurelio Carballo
Cabeza de pichancha
Abelardo Martín Miranda y yo quisimos salir corriendo de aquel cuarto de nosocomio, allá por los años 70 del siglo xx. Habíamos ido a visitar al colega reportero René Arteaga, recién operado de una traicionera peritonitis. La enfermera entraba con una lista de visitantes y René palomeaba o ponía tache  a quienes no deseaba recibir en ese momento. En el palomeo, Abelardo y yo corrimos con suerte. Cuando entramos, René estaba diciéndole a la enfermera que se sentía muy a gusto y que por favor le pusiera un suero de whisky… En un movimiento brusco del paciente vi cómo saltaron agujas y mangueras y una variedad de líquidos y fluidos empezó a mezclarse en el piso. Abelardo y yo dimos voces de auxilio. La enfermera llegó deprisa y se hizo cargo con pericia de la situación. Mientras tanto, Abe y yo nos escabullimos del cuarto, saltando fluidos imaginarios y jurando que la próxima vez íbamos a tener cuidado en buscar el momento propicio para hacerle a un enfermo la visita. Nuestro querido amigo y colega René Arteaga murió días después.
Ahora cuando me dijeron que Abelardo Martín Miranda preguntaba por mí, le abrí la puerta y nos dimos un abrazo. Si él recordó nuestra visita a René Arteaga, guardó prudente silencio acaso para no ser inoportuno. El tenis que practica en el club Inglés le mantiene la piel atezada y aún peina un cabello negro ensortijado. “Colocho”, le dicen por mis rumbos del sur profundo. Tras enterarse de algunos pormenores de mi estado de salud, me extendió un pequeño mueble de madera. Se trataba de un atril adaptado según diseño de él, para leer en la cama. Un regalazazo para un lector empedernido, que no se atreve, convaleciente, a pedir sueros de whisky, si bien ganas no le faltan después de una trepanación. Lo hubiera hecho en otros tiempos y acaso hubiera ganado el mote de “Cabeza de pichancha”, especie de colador allá en el sur.

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