1 de febrero de 2012

TURBOCRÓNICAS



Gandaya mundo

Ante la pregunta de Mariquita de en qué me inspiraba y contestar en la realidad temí haber actuado demasiado aprisa. El oficio de reportero te obliga a reaccionar con celeridad o estás frito. Pero ¿se refería a la inspiración para escribir? Incluso la respuesta quedó corta porque no me inspira cualquier realidad sino la mal hecha. Uno va poco a poco hallando la respuesta a esa pregunta, por el oficio o por viejo. A la mitad del camino supuse que escribía para combatir a los abusivos y a los injustos. Lo cual está bien en cuanto reportero, pero ¿en cuanto narrador? Procede contra la realidad mal hecha, pero ¿hay realidad perfecta? No. Nunca falta quien imprima su sello maligno para salirse con la suya, aplicando la ley del más fuerte, del hábil, del gandaya.
Mariquita y otros compañeros nos reunimos cada año. Ella y Hugo vienen desde Tehuacán, Puebla, y los demás viven aquí o en la tierruca. Se trata de la promoción de la Preparatoria 1 de Tapachula, Chiapas. La charla suele ser fluida. Mariquita Rivera y Hugo Bulnes, veterinarios, se hospedaron en un hotel cercano al restaurante de Polanco, pero se perdieron porque la realidad vial había cambiado para ellos. Ahí nada puede hacerse. No te pasas un alto y provocas una matanza de automovilistas. Sólo desquiciado por la neurosis.
Una situación semejante inspira a mediano plazo para escribir Turbocrónicas y a largo plazo historias cortas o largas, cuentos o novelas. De cualquier cosa escribes una Turbo, me dijo un amigo. Lo tomé como un elogio, je. Pero no es de cualquier cosa. También hay quien sugiere de eso debieras escribir. Si bien la inspiración nunca llega porque en “eso” no hay nada surrealista, ni absurdo ni kafkiano. Así que le debía a Mariquita una ampliación del tema. Pero ¿y si lo había preguntado sólo porque ella es muy educada?
Tampoco abundé en la respuesta pues un compa gritó de súbito que debíamos ver la película acerca de la vida de Edgar J. Hoover, el director de la FBI. ¡Véanla!, dijo. ¡Pero tienen que verla! Todos le escuchamos, atentos. Gritó el exhorto seis veces y no hubo una séptima porque, interrumpidos Mariquita y yo, lo interrumpí y le pregunté si debía verla dos veces. Me vio como si no entendiera. ¿Alguien más había visto la misma película que a él le gustó tanto? ¿Cómo era posible? Ahora me pregunto si un asunto así quedaría en las Turbo surrealistas, absurdas o kafkianas.

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