25 de enero de 2012

TURBOCRÓNICAS



La realidad perversa

En el restaurante de hotel, Feldespato le preguntó al mesero si le podía servir el club sándwich con ensaladilla rusa, como lo sirven por todo el mundo civilizado, y no papas a la francesa, esa plaga. El mesero de labios gruesos y húmedos debía cobrarle la ensaladilla rusa, dijo. ¿Él, no la empresa? Se trataba del Palace Inn de Tuxtla Gutiérrez, con una cocina provinciana desprovista del menor sazón. Ya de por sí ese club sándwich lo sirven sin tocino, lo cual viola todo acuerdo internacional de la OMRU, la Organización Mundial de Restaurantes Unidos, se dijo Feldes. Entonces preguntó si iban a descontarle el costo de las papas a la francesa. El empleado se pasó la lengua por la bemba y se la encasquilló la respuesta. Tres tacos de cochi(ni)to resolvieron el problema.
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Tenía meses de no visitar el restaurante del Club Libanés en el DF y un impulso repentino lo hizo pedir chilaquiles. Era como ordenar avena con cereal en un restaurante de fritangas. Pero se mantuvo en lo dicho. La Pichona y los Semillones I y II ordenaron huevos a la cazuela con carne molida de carnero. Feldes sintió un nudo en el estómago cuando vio su plato erizado de totopos tiesos, como esos trozos de vidrios coronando la cima de cualquier barda. Llevaba una salsa rojiza y un cucharonazo de frijoles. Los quiero suaves, le dijo al mesero. El mesero fue y vino deprisa y Feldes no pudo menos que sonreír… Aunque el nudo se le transformó en un collar de nudos a lo largo de las tripas. El cocinero listillo sólo había aumentado la cantidad de salsa. Faltó la orden de espere media hora mientras se le suavizan... Pero ¿cómo se te ocurre…?, le dijo la Pichona. Los Semillones habían terminado ya sus respectivas cazuelas. Feldespato hizo respiraciones profundas.
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Lo primero en descubrir al entrar al restaurante de plástico fue el buffet. Pero Feldespato iba a la barra por una orden de pan de centeno y café. Mientras paladeaba el café y leía el diario, escuchó un grito desde detrás de la barra, de cara a él: ¡¿Ya estará mi machaca?! Feldespato tuvo un sobresalto y casi vuelca su taza. Era una mesera corpulenta de gruesos brazos como de luchador. Desgañitándose había hecho la pregunta a la cocinera del buffet. Él juró no volver a ese Sanborns de frente a Los Viveros de Coyoacán.

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