18 de enero de 2012

TURBOCRÓNICAS



¿El fisco te hace llorar?

Cuando el empleado dijo ahora pase a las fotos, quise recular y salir aullando y darme de baja del Servicio de Administración Tributaria (SAT). Morir de hambre. Odio las fotos... El iris también, agregó el empleado. ¿Eh? ¿Pues dónde estaba? ¿Había pasado, debido a la maldición maya, a otra dimensión? ¿A la Orwelliana? Un señor obeso retrató mis huellas digitales y mi cara de fierro y el iris. Parecíamos personajes de novela de país totalitario. Era el trámite para obtener la firma electrónica de mis recibos de honorarios. La del causante de impuestos dizque independiente, dos sexenios ya.
¿Imaginas a Slim encorvado y exponiendo el iris?, le pregunté a Petunia. No seas bobo, dijo ella. Slim es persona moral no física. Nunca he entendido la diferencia. El lenguaje burocrático y el del fisco me importa un secretario de hacienda. Sólo quiero pagar mis impuestos y sudar la neurosis pataleando si equis webón de esos incumple sus tareas.
Petunia me dijo la otra mala. Debíamos regresar a esa oficina (Tlalpan) donde te hacen esperar al aire libre, en invierno. Eso sí con turno, puntuales, tras ocupar un amplio estacionamiento gratuito. Es como si, condenado al patíbulo, te dijeran la soga es totalmente Palacio. Petunia inhaló una bocanada de aire gris invernal. Buscaría el perdón de dos multas o rebajas, dijo.
Con las anteriores no logramos nada, le recordé. Ya sabes, el fisco es brutal como el secuestrador que te corta en cachitos. ¿Dónde estuvo la falla? Primero llegó un exhorto y después otro, pero éste no era exhorto, sino requerimiento. Dos multas por desatender exhorto y requerimiento. Las pagaré de mi aguinaldo, dijo ella. Quince mil pesos. Setenta y cinco Turbocrónicas. No se trata de eso, le dije. ¿Cómo estuvo el descuido?
Al regreso fuimos de escritorio en escritorio. Nada. No le dije te lo dije porque le disgusta. Las penas con café son menos, murmuré. Te lo invito. Ella, al volante, lloraba. Sólo la he visto llorar cuando le confirmaron una hepatitis y esta vez. No llores, le dije. No se me ocurrió otra cosa. Entonces, hecha una mujer maya brutal, presa de furia contenida, maldijo al SAT y al presidente. ¿Por qué al presidente?, le dije. ¿Qué tiene que ver? Porque hay muchas madres con hijos perdidos en la “guerra”, dijo, y quienes, por pagar multas al fisco, sacamos a nuestros hijos de la escuela y los ponemos a trabajar.


2 comentarios:

  1. GUILLERMO ESQUINCA21 de enero de 2012, 21:33

    FELICITO AL ESCRITOR MARCO AURELIO CARBALLO, POR LO SARCASTICO DE SU ARTICULO, ES DESDE MI PUNTO DE VISTA UN ESCRITOR MADURO, DE PESO COMPLETO. FELICIDADES

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Guillermo. En cuanto al peso es pero llegar a serlo, completo. Saludos: MAC.

    ResponderEliminar