¿El fisco te hace llorar?
Cuando el empleado dijo
ahora pase a las fotos, quise recular y salir aullando y darme de baja del Servicio
de Administración Tributaria (SAT). Morir de hambre. Odio las fotos... El iris
también, agregó el empleado. ¿Eh? ¿Pues dónde estaba? ¿Había pasado, debido a la
maldición maya, a otra dimensión? ¿A la Orwelliana? Un señor obeso retrató mis
huellas digitales y mi cara de fierro y el iris. Parecíamos personajes de
novela de país totalitario. Era el trámite para obtener la firma electrónica de
mis recibos de honorarios. La del causante de impuestos dizque independiente, dos
sexenios ya.
¿Imaginas a Slim encorvado y
exponiendo el iris?, le pregunté a Petunia. No seas bobo, dijo ella. Slim es
persona moral no física. Nunca he entendido la diferencia. El lenguaje
burocrático y el del fisco me importa un secretario de hacienda. Sólo quiero pagar
mis impuestos y sudar la neurosis pataleando si equis webón de esos incumple sus
tareas.
Petunia me dijo la otra mala.
Debíamos regresar a esa oficina (Tlalpan) donde te hacen esperar al aire libre,
en invierno. Eso sí con turno, puntuales, tras ocupar un amplio estacionamiento
gratuito. Es como si, condenado al patíbulo, te dijeran la soga es totalmente
Palacio. Petunia inhaló una bocanada de aire gris invernal. Buscaría el perdón
de dos multas o rebajas, dijo.
Con las anteriores no logramos
nada, le recordé. Ya sabes, el fisco es brutal como el secuestrador que te
corta en cachitos. ¿Dónde estuvo la falla? Primero llegó un exhorto y después otro,
pero éste no era exhorto, sino requerimiento. Dos multas por desatender exhorto
y requerimiento. Las pagaré de mi aguinaldo, dijo ella. Quince mil pesos.
Setenta y cinco Turbocrónicas. No se trata de eso, le dije. ¿Cómo estuvo el
descuido?
Al regreso fuimos de escritorio
en escritorio. Nada. No le dije te lo dije porque le disgusta. Las penas con
café son menos, murmuré. Te lo invito. Ella, al volante, lloraba. Sólo la he
visto llorar cuando le confirmaron una hepatitis y esta vez. No llores, le
dije. No se me ocurrió otra cosa. Entonces, hecha una mujer maya brutal, presa
de furia contenida, maldijo al SAT y al presidente. ¿Por qué al presidente?, le
dije. ¿Qué tiene que ver? Porque hay muchas madres con hijos perdidos en la “guerra”,
dijo, y quienes, por pagar multas al fisco, sacamos a nuestros hijos de la escuela
y los ponemos a trabajar.
FELICITO AL ESCRITOR MARCO AURELIO CARBALLO, POR LO SARCASTICO DE SU ARTICULO, ES DESDE MI PUNTO DE VISTA UN ESCRITOR MADURO, DE PESO COMPLETO. FELICIDADES
ResponderEliminarGracias, Guillermo. En cuanto al peso es pero llegar a serlo, completo. Saludos: MAC.
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