11 de enero de 2012

TURBOCRÓNICAS



Por qué ser infeliz
Hazte, me dijo Feldespato. Los días disolutos te ablandan…. Mi alter ego estaba de buenas. Si le urge posesionarse del teclado me propina de codazos… Estoy harto de tu mundillo deseándote felicidades, dijo él. Por eso te di el empellón cuando tu amigo Gusgús te escribió sí, felices, pero sin recurrir a los santos ni a los convencionalismos. ¿A un pagano? ¿A un anarquista, si bien pacífico?
Doña Guadalupe, tu asesora en inversiones (Lotería y Melate), de la calle de José María Iglesias, es muy talentosa, así como el gerente de Siempre!, el contador Emilio Torres, a quien le entusiasmó tu declaración: Feliz, dejaría de escribir. La doña te dijo pero si usted es feliz escribiendo… Aunque tu reducido mundo lo ignore. Sí, aunque no puedo escribir el día entero, le dijiste. Quien sabe qué hubiera dicho si le respondes escribo hasta cuando no escribo. Claro, ser desdichado no es el único requisito. Labor de mulos, de galeotes, dicen tus maestros. El trabajo sucio y webón: la política, las empresas, ¡la burocracia!, etcétera, es para los demás.  
Un aspirante a escribidor quiso convencerte de que feliz se escriben cuentos de hadas. ¿La excepción de la regla? Candy Charamusca presenta en el Taller de Narrativa cuentos chorreando miel, con personajes buena onda. Él mismo camina como sobre un charco de heces de la miel. Echa mano del lado oscuro de tu alma, le dijiste, recuerdo. No puedo, dijo él retorciéndose como su nombre por la cintura. Timiducho. Así soy, ¿qué quieres? Debe haber conflictos en tus historias, le insististe. Yo a la gente nomás le veo el lado bueno, dijo él.
En las últimas sesiones del Taller del 2011 te escribió la chica de ojos como de paloma real, de tez como de durazno de exportación, de cuerpo a la Mónica Belluci. Mamita… No voy a volver al Taller, te dijo ella. Ante la pregunta de los motivos, te dijo la neta, supongo. Candy Charamusca la acosaba implacable. Entonces le hablé a él y le dije que yo, Feldespato, eras tú y que si no escribía el relato de un bandido enfermo de satiriasis y de priapismo, y con final feliz… para el acosador, lo escribirías tú, es decir yo, utilizando su nombre real y su IFE y su RFC. Asustado, aceptó.
Cuando le contestaste a tu amigo Gusgús te di el inevitable codazo más fuerte infligido nunca. Debías decírselo. Debíamos… Si quieres crear, tecleaste, debes ser infeliz… Ni te contestó el dichoso. Pero ¿y qué?

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