15 de noviembre de 2011

TURBOCRÓNICAS



El abogado rapero
Invito los tacos, dijo el Hombre de la Coímbra (a) Sergio Cerdio cuando salimos del Taller de Narrativa. Acepté aunque soy hervíboro. Quería caminar antes de dormir. El Hombre de la Coimbra (HdelaC) acababa de leer el primer capítulo de su novela. Platicamos en el trayecto por la Tercera Oriente y al llegar a la Trece Norte giramos a la izquierda. A dos cuadras y pico está la taquería Rubí. El puesto (cocina íntegra de metal) lo capitaneaba doña Cecilia.
Nos sentamos a una mesa abajo de la banqueta. Las de arriba estaban ocupadas. Como los vehículos circulan de norte a sur, de bajada, imaginé un camión de tanques de gas embistiendo nuestra mesa. Íbamos a volar dando de marometas propulsados por una ola de fuego en el aire otoñal caliente de Tapachula. Habíamos hablado de la necesidad de ejercitar la imaginación Durante el taller y de cómo uno se considera escritor cuando se la pasa veinticuatro horas imaginando situaciones, útiles o no. A Stephen King le preguntaron si afecta al escritor de historias de espanto. Sí, dijo él. De madrugada. Pero imaginar al camión del gas embistiendo aquellas mesas de plástico era puro sentido común.
HdelaC estaba en sus ejercicios al contarme de su nueva cafetera… Entonces llegó un sexagenario tambaleante y pidió tacos para llevar. Alto, blanco, tripón. ¿Podía sentarse a nuestra mesa? El HdelaC reanudó su plática. Programaba la cafetera electrónica para cierta hora, dijo. Al despertar, el café estaba listo. El señor Tambaleante nos veía con grosera fijeza ebria. ¿Tiene despertador?, pregunté. Sí, dijo mi compañero. También escucho la 40, de Mozart u Otoño, de Vivaldi en un despertar celestial.
¡Mentira!, dijo don Tambaleante. ¡Miente!... Nos volvimos a verlo. Se la había creído…. El Hombre de la Coímbra (a) Sergio Cerdio quería tomarme el pelo, pudo haber supuesto. Hubiéramos enredado las cosas si le explicamos lo del ejercicio. Tampoco hubo tiempo. Sus tacos estaban listos y él pagó y se fue, refunfuñando. El señor Tambaleante pasaba cada mañana por ahí con un portafolios, dijo el subgerente de la taquería. Era abogado.
Sin el hábito de cenar, tuve pesadillas. No, no soñé comiendo tacos de ubre acostado bajo la vaca, sino a don Tambaleante con toga y birrete. En otra secuencia se quita la toga y la arroja por encima de su blanca testa, y queda en pelota arriba de la mesa tratando de bailar rap, temblorosa la tripa.







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