El abogado rapero
Invito los tacos, dijo el
Hombre de la Coímbra (a) Sergio Cerdio cuando salimos del Taller de Narrativa. Acepté
aunque soy hervíboro. Quería caminar antes de dormir. El Hombre de la Coimbra (HdelaC)
acababa de leer el primer capítulo de su novela. Platicamos en el trayecto por
la Tercera Oriente y al llegar a la Trece Norte giramos a la izquierda. A dos
cuadras y pico está la taquería Rubí. El puesto (cocina íntegra de metal) lo
capitaneaba doña Cecilia.
Nos sentamos a una mesa abajo
de la banqueta. Las de arriba estaban ocupadas. Como los vehículos circulan de norte
a sur, de bajada, imaginé un camión de tanques de gas embistiendo nuestra mesa.
Íbamos a volar dando de marometas propulsados por una ola de fuego en el aire
otoñal caliente de Tapachula. Habíamos hablado de la necesidad de ejercitar la
imaginación Durante el taller y de cómo uno se considera escritor cuando se la
pasa veinticuatro horas imaginando situaciones, útiles o no. A Stephen King le
preguntaron si afecta al escritor de historias de espanto. Sí, dijo él. De
madrugada. Pero imaginar al camión del gas embistiendo aquellas mesas de
plástico era puro sentido común.
HdelaC estaba en sus
ejercicios al contarme de su nueva cafetera… Entonces llegó un sexagenario tambaleante
y pidió tacos para llevar. Alto, blanco, tripón. ¿Podía sentarse a nuestra mesa?
El HdelaC reanudó su plática. Programaba la cafetera electrónica para cierta
hora, dijo. Al despertar, el café estaba listo. El señor Tambaleante nos veía con
grosera fijeza ebria. ¿Tiene despertador?, pregunté. Sí, dijo mi compañero. También
escucho la 40, de Mozart u Otoño, de Vivaldi en un despertar celestial.
¡Mentira!, dijo don
Tambaleante. ¡Miente!... Nos volvimos a verlo. Se la había creído…. El Hombre
de la Coímbra (a) Sergio Cerdio quería tomarme el pelo, pudo haber supuesto. Hubiéramos
enredado las cosas si le explicamos lo del ejercicio. Tampoco hubo tiempo. Sus
tacos estaban listos y él pagó y se fue, refunfuñando. El señor Tambaleante
pasaba cada mañana por ahí con un portafolios, dijo el subgerente de la
taquería. Era abogado.
Sin el hábito de cenar, tuve
pesadillas. No, no soñé comiendo tacos de ubre acostado bajo la vaca, sino a
don Tambaleante con toga y birrete. En otra secuencia se quita la toga y la
arroja por encima de su blanca testa, y queda en pelota arriba de la mesa
tratando de bailar rap, temblorosa la tripa.
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