30 de junio de 2015

fragmentos 80, 81, 82 y 83

Turbocrónicas
FRAGMENTO 81
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
En cierta forma la novela es el reflejo de la condición humana desde la autobiografía del autor, lic. Si no, entonces resulta academia, dicen los maestros, o plagio. Hay una solución en caso de que resultara una autora pudibunda, escribiría mi historia en tercera persona.
Por cierto, las llamo poetas y no poetisas. Para variar, Leo me regañó.
––¡Poetisa, no poeta! ––graznó como zopilote.
Si bien esa chachalaca desplumada abrevaba en los diarios y en cuanto oía en la calle y en los juzgados, o en casa cuando nos dejaba hablar. Quizá seguía al pie de la letra la consigna de ser selectivo, como toda persona talentosa, según se autoelogiaba sin descanso. Mas, del periódico, leía hasta el obituario.
––Pinches viejas ––dijo esa vez––. Ahí andan de argüenderas y de revoltosas pidiendo igualdad de trato y, cuando tienen la palabra apropiada, como poetisa, echan mano de la otra, de la palabra que designa a los hombres.
Si él hacía pausas era sólo para tomar vuelo, para pasarse el tubito de crema por los labios, o para beber de su cuba.
––Las mujeres tienen una ventaja sobre los hombres ––dijo de repente.
––¡Ah!, ¿sí?, ¿y cuál es esa? ––le pregunté.
––Una mujer puede afirmar de otra que es guapa y que tiene bonito cuerpo ––dijo––. Pura melcocha… En el varón serían choterías. Limítense a lo suyo, zorras bastardas.
––Ausencia de envidia ––le dije.
––No chingues ––replicó––. La envidia es universal. Unos más, otros menos.
––Tienes razón ––le dije, agotada.
––Eso no es todo ––dijo él––. En los últimos años he escuchado cuando una mujer se refiere a un tipo llamándolo niño…, y el niño es un güevonzote de veinte, treinta años.
–– Cortesía  ––le dije––. Cariño.
––¡Mamadas! Se lo he escuchado a las pendejitas, pero con ellas no me meto. Las echaste a perder. No hay malos padres, hay malas madres, diría el psicólogo Benjamín Domínguez. También sucede con las groserías. ¿Dime una…, una sola inventada por las viejas?
Guardé silencio. ¿Dónde había escuchado al psicólogo?

Turbocrónicas
FRAGMENTO 82
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
––¿Sabes qué acabo de oír, Petacona? ––preguntó, cambiando de tono, como si yo fuera adivina––. Una mugrosa de secundaria le gritaba a su compañera, igual de mugrosa, de pelos tiesos ambas, prietas mis compañeras. Le gritaba ¡Oye, güey!… ¡Escúchame, güey!… Ignoran lo que significa güey. Si fueran a la escuela a desapendejarse y no a ver con quién cogen, no se referirían así entre ellas. Por lo pronto carecen de güevos. Si lo dudan, viejas ignorantes, ¡escúlquense, cabronas!
¿A poco ustedes, licenciado, con todo respeto, sabían desde la secundaria el significado de la palabra cabrón, desplazada por la palabra güey? No se lo pregunté a Leo porque yo estaba lavando el sartén donde le había frito dos mojarras. Aunque son muy sabrosas he terminado odiándolas. Puedo comer una, dos, pero es una tortura freírlas. A mi madre le gustaban aunque no cada viernes. Terminé odiándolas, no por las de un mes, por las de veintitantos años. Mi marido-patrón sentó jurisprudencia desde la primera semana de casados. Los viernes, mojarras, y tenguayacas o tenguacayas, que nunca jamás hallé, y bien pero bien fritas. Fritas las mojarras y frita yo.
Leo le presumía a las niñas el esqueleto del pescado como si él encarnara al gato Félix de la historieta... Un expertazo. Cuando se le quebraba y le quedaba la cabeza en una mano y la cola en la otra, ¿qué cree? A ver si te fijas, Fundillona, decía, y para la próxima no permites que el vendedor te vea la cara… Esta mojarra es de la semana santa, pero de hace tres años… Los viernes yo rezaba porque Leo tuviera buen día en el despacho y en los juzgados. Cualquier movimiento brusco podía partir su pinche mojarra.
 Me habitué a sus regaños o me abstraía. Mas el primer año lo enfrenté.
––No te cansas, ¿eh? ––le dije––. Debieras ser tolerante. Soy mujer.
––¿Qué querías?  ––mugió––. ¿Que me casara con un güey?
Lo noté rabioso.
––¡Desde luego!, mi Lilia Prado del sur ––continuó con su tonito de burla––, como dice el periodista... ¿Cómo se llama?... Puta...  Lo he visto en la tele... Él dice que la mujer sería inteligente si fuera hombre… ¿De acuerdo?
Otra cita medio acreditada. Raro… ¿Que no tienes ideas propias?, iba a decirle. Pero no tuve tiempo.


Turbocrónicas
FRAGMENTO 83
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
––Ahora respecto a los regaños… ––dijo él––.  ¡Claro que te regaño! Fui tu profesor de prepa y ahora lo soy en tu vida cotidiana. ¿Qué hago si no aprendes? ¿Ponerte orejotas de acémila? ¿Ignorarte?... Eso quisieras, pero nones porque estoy de por medio yo… Está de por medio mi seguridad, doña Petacas.
Leo lograba desahogarse al emitir cualquier opinión sobre mí, y yo fingía abatimiento. Lo miraba disfrutar cuando él confirmaba su opinión sobre mi persona. Fue como conocí al enemigo. Cuando se iba de la boca.
––Si te dejo el volante un día te estrellarás y yo quedaré cuadrapléjico ––dijo premonitorio––, o yo moriré y tú te salvarás… ¿Sabes qué hago de noche, aparte de confirmar si está puesto el seguro de la puerta y las ventanas cerradas?... ¡¿Me estás oyendo, Fundillona?!
Lo vi a la cara.
––Husmeo si no has dejado escapándose el gas.

Quiero pues escribir mis memorias, licenciado. Noveladas o sin novelar. Mi maridito sería el gran personaje para bien o para mal. Me hice el propósito de iniciarlas enseguida de que él publicara su libro y mis hijas estuvieran crecidas. Si la idea aparecía de repente acuciante, yo misma me echaba porras. Iba a empezar cuando ellas fueran adolescentes y cuando lo fueron lo pospuse, sumida en la depre, para cuando les llegara la época de universitarias, y llegó esa época y...

Quizá las memorias queden solo en recuerdos. Hay cierto punto a partir del cual a una empieza a flaquearle la memoria, según sé. Queda el recurso de escribir novelas con los recuerdos imborrables y dosis de ficción suficientes. Me distraían los problemas económicos… ¿Qué te pasa?, preguntaba Leo. Tu pex es muy sencillo, Petacona. Te lo diré por primera y única vez. Si tienes cien, gasta noventa. ¿Está claro?... Clarísimo. Su advertencia de, comillas, te lo voy a decir por primera y única vez, comillas, era un mero decir. A la menor oportunidad, repetía la genial fórmula.

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