8 de julio de 2014

FRAGMENTO 39

TURBOCRÓNICAS
FRAGMENTO 39
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

“Escucha prima política…”, le dijo el triple Ele, es decir, Papito Leo, a su prima Berta, y empezó a pasearse por el comedor, manos a la espalda, la actitud del catedrático de ética, “¿por qué hablas de amargura?... Por elemental. ¿Para qué hablar de tu inglés de secundaria? No sabrías distinguir en español o en inglés entre amargura y escepticismo, o entre escepticismo y actitud crítica ante el devenir de las modas, cáncer avasallante del capitalismo salvaje…  Te crees totalmente Palacio, pero conozco tu mercado… De colonia barriobajera, ni siquiera el de la Merced o el de Jamaica. Conozco bien el de la Portales.
Los primos oían en silencio, la vista baja, como siempre, debido al efecto de las cubas, no porque discurseara el primo ilustrado, el profesionista de la familia. Aunque la profesión del primo les pesaba y deslumbrados fueran incapaces, de ver la coraza de hojalata del primo payaso.
“Para distinguir entre amargura, escepticismo y actitud crítica tendrías que ilustrarte”, continuó Leo, yendo y viniendo. “Renacer en molde menos estrecho, ese donde se moldea el cerebro. Abstente de ponerme etiquetas. Yo podría colgar de tu mullido y sudoroso pescuezo el sambenito merecido”.
Dios.
“De un vistazo”, siguió Leo, “tomaría en cuenta el tamaño infantil de tu humanidad, tu creciente corpulencia, y ese par de agujeros que tienes por nariz, no digamos tu gemebunda voz de borrica cintareada. Yo debiera echarte ese vistazo apenas sumario, ¿sabes por qué? Porque no existes para mí. Porque eres una silueta incorpórea, una sombra a la cual puede pisársele sin que, ni un niño, sienta el mínimo temor ante su presencia, como se le puede temer a la sombra, escúchame bien, como se le puede temer a la sombra de una hembra genuina”.
Así continuó y se detuvo cuando el marido de Marta, la Borrica Gemebunda, el primo flaco y como palúdico, Rutiliano, le dijo a ella mejor vámonos.


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