13 de abril de 2011

DE QUIJOTES Y DULCINEAS
DE MARCO AURELIO CARBALLO

Beatriz Pagés*

Los amigos y lectores de Marco Aurelio Carballo siempre hemos lamentado que haya tomado la decisión de abandonar el oficio de reportero.
Cuando llegué a trabajar la Revista Siempre!, todavía en vida de su director y fundador, José Pagés Llergo, no había un reportero más acreditado dentro de la publicación que Marco Aurelio Carballo. La páginas del semanario las compartía con otra gran periodista, como es Cristina Pacheco, pero ambos tenían visiones diferentes con respecto al tipo de personaje que debía ser entrevistado y sin duda a la forma o al estilo como debían abordarlo.
No había duda. Carballo era el reportero de la dirección, gozaba no solo de la confianza sino del afecto de José Pagés Llergo. Marco Aurelio buscaba al político, empresario, escritor, actriz o torero que en ese momento era importante para Siempre! y, no solo eso, tenía la enorme oportunidad de encontrarse con esos personajes en las largas y humeantes tertulias, organizadas por Pagés en el Parador de José Luis de la Zona Rosa. A ellas asistía y convivía ese México plural que hoy ya no existe.
Digo que no existe porque paradójicamente hoy los partidos y los medios de comunicación presumen de ser autores y protagonistas de un país diverso, dividido en facciones, pero que convivió intensamente de la década de los 40 a los 90.
Y digo convivió porque quiero significar la construcción de maravillosos y espontáneos escenarios donde era posible encontrar a un Siqueiros o un Lombardo Toledano platicando, fumando o bebiendo lo mismo con un político de extrema derecha que con una actriz como María Félix, con una cantante como Lola Beltrán o un torero como Silverio Pérez.
Es decir, había, a pesar de las evidentes y naturales diferencias ideológicas, sociales o económicas un solo México. En las casas, en las cantinas, bares o restaurantes, era posible encontrar ese mexicano mural multicolor que tanto admiraba Antonio Rodríguez, ese gran, ese inmenso critico de arte portugués que diseccionó la obra de Orozco, de Rivera, del mismo Siqueiros y sin duda del Dr. Atl. El fue quien nos permitió conocer el valor político y artístico del muralismo. Antonio Rodríguez decía que lo que más le sorprendió al llegar al país fue la libertad con la que convivían los diferentes signos ideológicos. Para mí, que venía de una dictadura de derecha -me contó en algún momento-, era increíble ver cómo en los murales de Diego Rivera se hacía una sátira tan brutal de la Iglesia, de los máximos representantes del clero católico y cómo la hoz y el martillo se enfrentaba a la cruz y a los abusos de los representantes divinos. Ese es parte del México que pudo entrevistar Carballo. A Marco Aurelio le tocó, todavía, entrevistar a seres humanos. A hombres y mujeres que lloraban y sentían. Que no se avergonzaban de su autenticidad. Pero además y sobre todo, Marco, como bohemio y escritor –aunque luego no sé si le haga más a la bohemia que a la literatura– se colocaba frente a los entrevistados como un periodista, en el sentido más estricto de la palabra y no como un inquisidor.
Hoy el periodismo, especialmente el que se hace en medios electrónicos, está lleno de inquisidores, de agentes de ministerio público, de jueces inclementes que sentencian con el poder del micrófono a su víctima como si fueran dueños absolutos de la moral y de la verdad. Los medios están plagados de guillotinadores, de verdugos que despojan al entrevistado de su dignidad. La entrevista es uno de los géneros más complejos del periodismo. En alguna ocasión le comentaba al escritor y periodista Carlos Landeros que la entrevista es similar a una tarde de toros. Necesitas de un buen torero (el reportero), de un buen toro (el entrevistado), y de una tarde sin viento (de una coyuntura apropiada) para tener éxito. Carballo opta por la charla, por ese recurso aparentemente inofensivo que permite al reportero abrir las cajas fuertes más herméticas para, después de un tiempo, desnudar el alma y los pensamientos más secretos del entrevistado. Ahí está, como ejemplo, el encuentro azaroso que tuvo con Juan Rulfo. Esa entrevista donde nos queda claro que Rulfo correspondía –tanto en lo personal como en sus libros– a un ser monosilábico.
El libro De Quijotes y Dulcineas lleva un título hermoso. No se cuántos de los personajes incluidos en el índice reúna las características de un Quijote o de una Dulcinea, pero, sin duda, algunos de ellos y de ellas lo fueron, y también algunos y algunas creyeron serlo. Lo que sí es absolutamente cierto es que cada uno de ellos estuvo o está comprometido con su demencia. El matador, Silverio Pérez, por ejemplo, decía que debió haber tenido mucha hambre en su juventud para cometer la locura de convertirse en torero.
Supongo que el título de esta recopilación tiene que ver con el último personaje al que Marco Aurelio, asegura haber entrevistado: con El Quijote. Un personaje que vivió en Vallarta número 20, que fundó un escuela de periodismo eminentemente quijotesca, sustentada en los inalcanzables principios de la verdad, la libertad y la justicia. Un periodista, José Pagés Llergo, que mandó a Marco Aurelio a buscar a Don Quijote por las oscuras calles de la Ciudad de México y que el reportero se encontró entre sueños, como consecuencia de quien sabe cuántas cervezas, pero sobre todo por el efecto de un periodismo humano e idealista que ya no existe, que se ha extraviado en el torbellino del dinero y el sensacionalismo. En la parte final de este libro convergen el reportero con el literato, la realidad con la fantasía. Aunque un barrendero –como él lo cuenta- lo despertó, Marco Aurelio prefirió asirse a la lanza y al escudo del caballero andante. Carballo decidió ser escritor y yo quiere insistir en que extrañamos a ese periodista que supo entrevistar montado en Rocinante a lo mejor de México. A manera de posdata debo decir lo siguiente: Carballo dedica De Quijotes y Dulcineas a José Pagés Llergo, a quien llama su último maestro. Yo, por mi parte, puedo asegurar que Marco Aurelio fue también su último discípulo. Muchas Gracias.

*Beatriz Pagés, directora del semanario Siempre! leyó este texto en la presentación de “De Quijotes y Dulcineas”, de Marco Aurelio Carballo, en compañía además de René Avilés Fabila y de Víctor Manuel Camposeco, así como de Mireya Vega, representante del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) que publicó el libro, reunidos los cinco en la Fonoteca Nacional de la ciudad de México.

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