17 de abril de 2013

Encuentros del tercer tipo


Turbocrónicas
Encuentros del tercer tipo
Marco Aurelio Carballo
Tres personas pidieron la atención de la veintena o más del público, la mayoría mujeres, que aguardaba en la sala de espera del hospital. Buscaban a quién animar a darse de alta en Alcohólicos Anónimos, la doble A. No era primera vez que Feldespato vivía experiencia parecida. Sexenios atrás, mientras acompañaba a su padre a una consulta médica, les ofrecieron un cuestionario para descubrir qué grado de neurosis padecía el encuestado. El padre, molesto, dijo que él no era ningún neurótico. En efecto, no estaban en la antesala del psicoterapeuta, pero Feldespato le masculló, atrevido: “Acabas de dar muestras…”
Ahora parecía a punto de responder como su padre, pero quiso oír a la brigada de buenos hombres en su tarea de salvar de la enfermedad a quienes, no obstante ese mal, ahora padecían quizá un cáncer de hígado o de esófago o… Feldes sólo debía decir un educado no gracias cuando le extendieran el folleto. Podía servirle a otra persona.
Él se ubicó en la categoría de bebedor social y no de bebedor fuerte, ese que se zampa una botella diaria de whisky como sir Winston Churchill, ni de bebedor problema, capaz de gastarse el sueldo y dejar a la familia sin quinto una semana o una quincena.
Quién sabe por qué evocó su primer fin de año en la gran urbe cuando, al dirigirse a casa, se detuvo a tomar el aperitivo en la barra de una sombría y fresca taberna del primer cuadro, años antes de que le llamaran Centro Histórico. Un parroquiano le hizo plática. Pocos padecían entonces de sospechosismo. El otro ordenaba sus tragos y él los suyos. Era un agente judicial que al tercer trago empezó a retarlo… Desde luego, lo primero que pensó fue que él era un provinciano pero no un cobardica. Si bien tampoco se imaginó diciéndole al conocido casual, sígame y salir por las puertas batientes como Clint Eastwood en “Por un puñado de dólares”. Pero sí podía decirle, “señor judicial, a mí deme por muerto”. La frase manida le pareció caída como anillo al dedo. Es que, le contaría a sus amigos, llevaba consigo el aguinaldo y en casa esperaban el  pavo.
Ahí le cortaron la evocación al extenderle el folleto de la doble A. Feldespato lo conservó “¿por qué no?”, se dijo. Aquella vez tuve suerte…

No hay comentarios:

Publicar un comentario