11 de septiembre de 2013

Estructura de novela


TURBOCRÓNICAS,

ESTRUCTURAS DE NOVELA

MARCO AURELIO CARBALLO

Para Guillermo Ibarra, metidazo
en su primera novela

Gonzalí, no soy el primero ni seré el último que, escribiendo historias, encara líos con la estructura. Comienzan al apartarnos del orden clásico. Se le busca para ser original, intención legítima, inherente del escritor. ¿Quién no aspira a escribir la historia jamás contada y a que se peleen por los ejemplares, a puntapiés y bofetones, ante la mesa de novedades? El autor mediocre.
Con la estructura de mi décimo mamotreto estoy metido en un berenjenal. Le hallé la cuadratura media docena de veces, sin quedar satisfecho. Lo resolvería si echo a la papelera las trescientas páginas, y aguardo la inspiración súbita de las musas para darle, frenético, al tecleo de la undécima.
Disponemos de la estructura clásica para escribirla, tú sabes. El éxito depende del talento, mayor o menor del novelista. La técnica está probada por los maestros y, cuando se apartan y fallan, persisten, porque saben que lo sencillo no es de fácil dominio, cual da la falsa impresión. Aumenta el trabajo de mulos. Por eso los advenedizos enarbolan, como defensa contra el trabajo de galeote, la ley del menor esfuerzo, la del calzonazos.
Se comete el error al apartarse de la fórmula: planteamiento, desarrollo y desenlace. Algo así como “la historia empezó así, continuó asá y concluyó de esta manera”. Punto y se acabó. Algo desata la inconformidad y empiezas a modificar las partes y entras en complicaciones. Si mejoraste el principio, ¿por qué no lo de en medio?, En muchos casos, al dar por concluido el libro, ¡Oh!, lanzas descargas sucesivas de mentadas al advertir todo de cabeza.
Preguntarán, ¿no debiera este Güey saber escribirlas, tras una decena de novelas y un rimero de cuentos y tomos y tomos de turbocrónicas? Los conocedores te dejan helado cuando dicen: “Se aprende a escribir cada cuento o novela”. “Cada vaquilla tiene su lidia”, decía Rafael Ramírez Heredia (RRH), el autor de “La Mara”. Esa clase de vaquillas, las de (RRH), eran unas lindas veinteañeras.


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