Adicto a la
adrenalina
En La Prensa de Managua, Nicaragua, me
pasaron la grabación inédita de una arenga del hijo de Anastasio Somoza. Era
nota de primera plana, intuí. Ellos no la habían publicado por temor a represalias.
Mejor regresaba a México para publicarla. En la proclama Tachito adiestra a un
grupo de elite para tratar a los sandinistas como se merecen. Le dejé la
decisión al jefe de Internacionales del unomasuno,
Hugo Leonel del Río. Por otro teléfono le consultó al director. Caballito, dijo
el jefe del Río, dice que se vayan a San José y
entrevisten a comandantes de la guerrilla. Ardía en deseos de
entrevistar al Comandante Cero (a) Edén Pastora.
La presencia de
la fotorreportera Martha Zarak había influido en esa decisión, pensé. ¿Qué habría
sucedido si el foto hubiera sido hombre? Tampoco en periodismo existe el
hubiera. Ella era valiente o intrépida porque llegábamos a cualquier ciudad
bombardeada, todavía con escaramuzas, y se iba con los fotógrafos y yo con los
corresponsales, luego de citarnos en tal o cual punto a tal o cual hora, antes
del toque de queda.
En la pacífica
San José, aun cuando se tomaban ahí decisiones cruciales en la guerra
antiSomoza, mientras buscamos por cielo, selva y tierra al Comandante Cero,
entrevistamos al sacerdote sandinista Ernesto Cardenal. Vivía en una casa de
madera, rodeado de una atmósfera bucólica. Lo custodiaba un enorme perro
policía aparte de algún guardia.
Cuando envié la
entrevista al ahora Premio Sofía de Poesía 2011, en la actualidad separado del sandinismo,
el jefe Del Río nos transmitió la orden de regresar al DF. El gerente había
puesto el grito en el cielo debido a los gastos de la Zarak y los míos. Regresaríamos
a Managua cuando le entrara dinero al periódico.
Regresé pero
sin Martha Zarak. Los jefes argumentaron escasez de plata. Era para no
exponerla, sospeché. Aunque ella trabajaba al nivel de un Miguel Castillo o de
un Pedro Valtierra. Es que, a la pregunta de por qué no habían atacado el
búnker de Somoza, el sacerdote Ernesto Cardenal dijo que, según el espionaje,
al primer intento el dictador lanzaría el contraataque al hotel Intercontinental
y culparía a los sandinistas. Ahí se hospedaba noventa y nueve por ciento de
los periodistas, incluida la Zarak y el de la tecla, Adicto a la adrenalina
volví a ese hotel durante mi segunda estancia en Managua.
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