CRISIS VIII
Replantearé el hecho de sentarme en un extremo del vagón del Metro. Lo escojo para tener donde apoyarme en las bruscas frenadas. Son esos asientos de palangana. Uno se escurre... Ahora tengo a mi izquierda, de pie, a una pareja. Quiero leer los Diarios 1984-1989, de Sándor Márai. No puedo. El tipo besuquea a la mujer. Besos “tronados”. Una y otra vez. El tipo está exultante. Ella arrinconada, sometida. Él lleva una mochila con una botella de a litro y medio de un líquido blancuzco, veo de reojo. Es agua de coco, podría jurar, ¿con vodka? A ella le veo unos zapatos blancos de piel delgada y sin tacones.
En Portales, él corre hacia la puerta. No es aquí, dice ella. El tipo, que debe tener veintipico, sonríe, bobalicón. Ya sé, dice. Ya sé. Ha dejado su mochila en el piso. Veo una bolsa de pan de caja. Son emparedados. ¿Van de día de campo? Vuelve junto su amada en cuanto la puerta empieza a cerrarse. Continúan los besuqueos. Rechinan. Suenan como si estuvieran bombeando algo tapado.
Llegamos a la estación Nativitas. Aquí es, dice ella en un murmullo. No, dice él. Vamos a otro. Es más barato. Me lo recomendó Pepe. Es un... Aquí bajó la voz. Pero si no tienes coche, dice ella. Él dice algo menos audible.
En Portales abandonan el vagón. Él la abraza. Camina sobre la punta de los pies. Le habla al oído. La apretuja. Ella se hace chiquita. El trasero... Oh, el trasero.
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