20 de octubre de 2015

fragmento 99

Turbocrónicas
FRAGMENTO 99
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

––¿Sabes qué, Petacona? ––preguntó mi esbelto marido, talla cuarenta y dos de pantalones y uno setenta de estatura––. Como tú sabes, porque eres intelectuala y culta, los macuarros del emperador Cuauhtémoc le traían mojarras y guachinangos desde el puerto de Veracruz hasta el altiplano. Hacían carreras de relevos de unos cuatrocientos kilómetros.
––¿Y?
––¿Sabes qué pediré a diario, por avión, cuando le pegue al Melate?
Por entonces Leo ya no decía cuando venda un millón de ejemplares de mi libro.
––¿Sopes? ––le pregunté––. ¿Picadas? ¿Una canasta de garnachas y un galón de salsa?
––¡Ya ves! ––dijo––. Eres muy, pero muy güey… Resulta que a Córdoba no van aviones... Aunque, mira, güey, no eres tan güey… Mandaría a un mamacallos al puerto, y de ahí a Córdoba de ida y vuelta por los sopes y por dos docenas de… ¿Adivina?
Odiaba sus adivinanzas, por complicadas o elementales.
––Me doy. Debo irme, ya son ocho y media.
––Podrían darme la sorpresa tú y las pendejitas, y complacerme… trayéndome en avión las picadas, que no sopes ni garnachas, trío de güeyes, y…, ¡ta ta ta tan!..., ¡veinticuatro canillas!
Nunca le pregunté por qué le decía pendejitas a sus hijas. No por su falta de respeto. Yo la daba por descontado. Por los diminutivos... Hubiera sido el colmo si contesta que de cariño. ¿O era doble insulto porque no llegaban a pendejas del todo?   
A veces actuaba como un infantiloide abusivo.
Cuando Leo y sus amigotes llegaban a casa a rematar la juerga a media noche, levantada yo a zapes, debía preparar los huevos parranderos en caldillo de chile chipocle o los chilaquilitos con chile de árbol... Perdón, chilaquiles...
Yo procuro el uso de los diminutivos cuando procede. Sin exagerar, ¿ajá? No todo diminutivo se oye bien, como el de Herculano, ¡ji! ¡ji!... Hércules sí, mas Culitos Vergara lo desquiciaba... Eso de los diminutivos es de chotos, decía Leo. Hasta los pendejos se sienten orgullosos cuando los llaman rependejos o grandísimos pendejos.


Quién sabe por qué me habría caído bien un viaje a Las Vegas, adonde mi marido ambicionaba ir cada fin de semana…, sin nosotras. Trató de entusiasmar a sus amigos pero, sin esposas, ellos no aceptaron..., o ellas no lo permitieron. Excepto el Trepamoders. Leo no moría por jugar nada. A lo mejor era como el rey Juan Carlos sin capacidad para el juego. La capacidad de concentración de Leo era cada vez menor. Sólo que tuviera su cuba junto a él, o que les soltara equis discurso a los amigotes sentados a la mesa redonda del comedor o en torno a la mesa de centro. Mientras tanto, yo lavaba platos o preparaba los platillos picosos.

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