19 de agosto de 2014

FRAGMENTO 45

FRAGMENTO 45
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Los amigos Hacían  visitas de médico a Papito Leo, me contó la vecina, la señora Sandini. Ya sin vituallas, ausentes mis hijas y yo. La señora de Sandini le deslizaba el sobre de la iguala por sus servicios de abogado, debajo de la puerta, o eso dijo ella. Leo se negó a seguir viéndola. ¿Qué había sucedido la noche de los hielos?, me pregunto.  Al volver yo, ahí estaba la ambulancia. Leo  volvió en silla de ruedas.
––Hijos de perra ––dijo cuando yo aún vivía con él––. Les sacié la sed y maté el hambre sexenios, y hoy me dan limosnas. De la Verguini no quiero hablar… El apellido es Sandini, nuestra vecina, Rous, pero la rebautiz Garacteres 3yo lo dekuegra. En ó, majadero.
El Trepamoders lo visitaba y le llevaba ron, pizzas. papas fritas. La juerga era de viernes a domingo, contaba la vecina en sus correos. Escandalizaban con la tele y con gritos si había nocaut o anotaban carrera. Ningún vecino se quejó. Sabían que Leo era de armas tomar, como dicen. Yo había atestiguado sus reacciones nacas. Reacciones chacas, diría doña Juanita, mi compañera de trabajo. Los vi pataleando y gritando, grotescos, como porristas clasemedieros, de camisa almidonada y corbata a rayas, y bostonianos y calcetines, ebrios con jaiboles o cubas. Tras mi fuga, si quebraban los vasos y platos allá ellos.
Según Rous, el Trepa se quedaba a dormir si había mujeres… Me importó un diputado matraca, ¿ajá? Al contrario del criterio elemental de doña Juanita, a Leo, hombre de mundo, empuercó su casa. Las mujeres eran para el Trepamadres porque, luego de su enfermedad, a Leo ya nada de nada, ¿me entiende? Perdón… ¿Interactuaban el Trepa y su puta en presencia de Papito Leo? No era de esos. Creo. Solo que tras oír el toc toc de la muerte se quitara el saco de la moral, como uno de su maestros, y sin mi presencia.
––Disponemos de cincuenta metros cuadrados ––dijo cierta vez––. ¿Por qué las encuentro a cada paso en mi espacio vital? Ad nauseam…¡Muévanse o las disperso a periodicazos!

Él vio a sus hijas, inclinado hacia ellas, ojos fuera de órbita, puños a la cadera, los pulmones batiéndoles diafragma y panza por su respiración anhelante. Al verlas petrificadas ante el energúmeno rabioso, las alejé.

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