FRAGMENTO 44
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
Cierta vez, nuestra hija menor,
Yolanda, puso en evidencia a su papito Leo ante el Trepa. Sin pretenderlo,
claro. Ella todavía no le daba de toletazos al amiguísimo de su padre. Ignoro
de qué estaban hablando. De repente Leo llamó brucelosis a equis enfermedad a
partir de los síntomas.
––No, papá ––le dijo Yoli––.
Es la toxoplasmosis y la transmiten los gatos. La brucelosis es otra cosa.
El papá se quedó helado y fue
amoratándose poco a poco.
––Ah que niña recagona,
¿quieres enseñarme tú a mí? ––dijo por fin.
––No, solo sacarte del error
––dijo Yoli, tranquila.
––Tú a mí ¡no me sacas nada!
––gritó Leo, manos a las caderas y empezó a caminar de un lado a otro,
bufando––. Te prohíbo terminantemente interrumpirme y darme clasecitas. Las
clases las imparto yo.
De los amigos solo había
llegado el Trepa. Siempre era el primero. Él escuchó en silencio la enmienda de
Yolanda y la respuesta del padre.
––Leoncito, ella tiene razón,
si no ¿para qué estudia veterinaria? ––le dijo––. Debieras estar orgulloso,
ca/… ¡Salud!
Mi marido sacó su tubito de
crema para los labios. Se dio dos, tres pasadas con furia y volvió a su
asiento.
––Salud ––le dijo a su
amigo––. Pinche escuincla.
Ahí pudo acabar todo, pero
no. Leo tardaría semanas en dirigirle siquiera la mirada a su hija menor. ¡Tómela,
don Sabelotodo!, me dije esa vez. ¿Cómo le quedó el ojo? Aunque, en efecto,
como él era rencoroso ¿iba a vengarse de su hija?
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