21 de diciembre de 2011

TURBOCRÓNICAS


El perfeccionista

De regreso a la grandísima urbe, maestrazo Óscar Palacios, el tema de las revisiones de un mamotreto me vuelve una y otra vez al magín. Sobre todo porque al hablar del asunto en el auditorio del “Jaime Sabines” oí una suerte de refunfuño proveniente de ti. Por eso lamenté el doble haber declinado la invitación a reunirme con ustedes esa noche de la presentación de mis cuatro mamotretos, cuatro. Hubiera querido preguntarte el tuyo, tu método de trabajo. Pero debía apastillar quince notas informativas en tres cuartillas. Lo hice mientras me zampaba tres tacos de cochi(ni)to en el restaurante del hotel.
La pregunta de aquella chica en el auditorio del Centro Cultural de Tuxtla Gutiérrez me hizo exponer de modo deshilachado parte de mi sistema de trabajo. Con la frase de uno de mis maestros, me justifico: “Nadie habla como escribe, ni nadie escribe como habla”. Si una de las metas es escribir bien entonces uno termina hablando bien. Todavía no es mi caso.
Queda perfeccionar el error, como dicen los terapeutas. Es decir, escribo la primera versión y lo reviso cien veces. El consejo de Gardner es para cuando se carece del final. A base de revisiones lo halla uno, incontrovertible. Tenga o no tenga el final adopté esa cantidad para redondear cualquier historia porque, entre otros defectos, soy perfeccionista. Al tratar de cumplir con esa tarea que, guardando las proporciones sería semejante a la de Sísifo, resulto beneficiado en ciertos aspectos, según yo.
Uno es someter mi lado prolífico, limitar la producción a un mamotreto cada tres años. Si no, daría a la luz uno tras otro como había venido haciéndolo. Tardé seis novelas en hallar mi sistema, cierto, pero no tanto por aquello de que, según Bioy Casares, uno tarda cuarenta años en “hacerla” en narrativa… ¿Cómo interpretas esa frase? Uno aprende a escribir en ese tiempo, fue la mía. Otros, en convertirse en superventas. A veces hablo en broma de vender un millón de ejemplares. Un sarcasmo en mi contra.
De eso hubiera querido hablar contigo y con Gerardo Pensamiento y con Florentino Pérez Pérez en casa del generoso Marcos Nazar Sevilla. Yo me la perdí. Esperaré otra ocasión. Será entonces cuando me cuentes cómo le haces tú para considerar terminada una novela. Espero que no seas perfeccionista. Es una maldición. Una tortura. En mi caso inevitable. No será en esta vida cuando lo supere.


No hay comentarios:

Publicar un comentario