El último refugio de los
reporteros de la vieja guardia
· Morir de periodismo; la historia del Uno más Uno, narrada por Marco Aurelio
Carballo.*
Ricardo Del Muro
Hubo un tiempo en que no estaban de moda las escuelas de comunicación y el
periodismo se aprendía en las salas
de redacción, con el fuerte sonido de las máquinas Rémington y el humo del
cigarrillo. Las enseñanzas de los viejos reporteros, a semejanza de los diálogos
socráticos, se daban en las cantinas, como La Mundial, y en el Café La Habana,
en la calle de Bucareli, en el centro de la Ciudad de México, donde están ubicados los tatarabuelos de
la prensa: El Universal y Excélsior.
Perímetro que podríamos
ampliar a la calle de Ignacio Vallarta, donde están las oficinas de la revista
Siempre y que, después del 8 de julio de 1976, tras el golpe de Excélsior, se
extendió al sur del Distrito Federal, rumbo a la Ciudad Universitaria – como si
fuera una premonición: del acercamiento de los periodistas a la universidad - concretamente
a la calle de Fresas, donde se instaló el grupo de Julio Scherer para fundar la
revista Proceso y la Cerrada de Correggio en Mixcoac, que fue la tercera y última
sede del Uno más Uno, dirigido por Manuel Becerra Acosta, muy cerca de Los
Guajolotes, el Béverly, El Dorado,
el Triángulo de las Bermudas (Carballo, 2008, 36), y yo agregaría Los Infiernos
y más tarde Rockotitlán, en el corredor nocturno de Insurgentes Sur, donde –
dice la leyenda – alguna vez cabalgó desnudo Carlos Denegri, el mejor y más vil
de los reporteros, como lo definió Julio Scherer.
De ese tiempo, no muy lejano,
que podría denominarse: los últimos años de la “época de oro” de los Grandes
Diarios mexicanos (o de los jóvenes bohemios reporteros), tratan los libros de
Marco Aurelio Carballo que son el tema de esta tertulia vespertina: Morir de
Periodismo (2008), Ultimas Noticias (2010), De Quijotes y Dulcineas (2011),
mientras que La Biblia del Narrador (2011), como su nombre lo indica, es un
compendio con las mejores recetas de los Escritores consagrados. Pues, como
bien dice García Márquez: “La literatura es como la carpintería. Escribir es
casi tan duro como hacer una mesa. Ambas actividades están colmadas de trucos y
técnicas. Requiere poca magia y mucho trabajo duro”.
Quiero comenzar por agradecer la invitación que me hizo Marco
Aurelio para compartir esta mesa con él y con todos ustedes, para hablar de
periodismo y literatura. Tengo una deuda muy especial con Marco Aurelio ya que,
en 1977 cuando yo era un joven aprendiz de reportero, fue él quien, en su
calidad de Jefe de Información, aprobó mi ingreso a ese gran periódico y a esa
familia, complicada y medio disfuncional – como la mayoría de las familias –;
pero finalmente, una familia, que formó a varias generaciones de periodistas,
como fue el periódico Uno más Uno, dirigido por Manuel Becerra Acosta,
personaje controvertido, pero a quien, en lo personal, siempre recordaré como
uno de los grandes directores en la historia del periodismo mexicano.
No intento justificarlo. Reconozco el talento de Becerra
Acosta como periodista. Y también conozco su responsabilidad en el fracaso de
la cooperativa del Uno más Uno: “El director – escribe Carballo - estableció sin duda el orden
en que debían irse a la calle quienes lo ayudaron a fundar el uno, lo cual a
nadie asombra a la distancia. Trazó un plan a largo plazo para que, ejecutado, nadie
le reclamara nada al quedar como dueño absoluto del uno. También pudo haber
trazado otro para venderlo ¿Cómo criticarle la decisión de echar a sus viejos
compañeros en el intento de comprender la condición humana?, se pregunta los
partidarios de la corriente filosófica del cinismo” (Carballo, 129).
Sin embargo, no creo que deba regateársele
a Becerra Acosta su talento como Director. En 1978, a un año de fundado, el Uno
más uno era el mejor periódico de México. ¿Qué fue lo que provocó el éxito
periodístico del Uno?, ¿Fue la experiencia del director y del grupo de
periodistas, entre ellos Carballo, que lo fundaron? ¿Fue el momento histórico
que vivía México: la reforma política? Estas son algunas interrogantes a las
que se enfrenta Marco Aurelio en su libro Morir de periodismo. Y tal vez, las
preguntas básicas: ¿Qué le pasó al Uno más Uno? ¿Qué nos pasó a esa generación
de reporteros?
De los libros presentados, me concentraré en “Morir de
periodismo”, la crónica o si se prefiere, la historia novelada del periódico
Uno más uno: “La historia del nacimiento y decadencia de un diario, último
refugio de los reporteros de la vieja guardia”, escribe Patricia Zama en la
contraportada.
Una historia cuyo antecedente y contexto es el Golpe de
Excélsior, el 8 de julio de 1976, cuando Julio Scherer y un grupo de destacados
periodistas perdieron el control de la cooperativa y fueron expulsados, en una vil
maniobra orquestada por el presidente Luis Echeverría. De esa diáspora nacerían
otras publicaciones: Scherer fundó la revista Proceso (6 de noviembre de 1976);
Becerra Acosta, el periódico Uno más Uno (14 de noviembre de 1977) y Octavio
Paz, la revista Vuelta (1976).
El golpe de Excélsior fue narrado por Vicente Leñero en “Los
periodistas” (1978); Carlos Marín contó la historia íntima de Proceso a Víctor
Núñez Jaime en “Un periodista ante el espejo” (2011) y Marco Aurelio Carballo
nos relata el auge y la caída del Uno más Uno en “Morir de periodismo”. La
historia de La Jornada (diario fundado por un grupo disidente del Uno más Uno,
el 19 de septiembre de 1984) y de cómo uno de sus fundadores, Carlos Payán – a
quien se le conoció como el periodista inédito – terminó como senador del
Perderé, todavía es un drama en busca de autor.
Pero hablemos de aquel Uno más Uno. En 1977, año en que
surge el nuevo diario, López Portillo acaba de asumir la Presidencia después de
una aburrida campaña sin contrincante – salvo Valentín Campa, simbólico
candidato sin registro del Partido Comunista Mexicano -. Agoniza el
Presidencialismo – no es gratuito que López Portillo se autonombrara “el último
presidente de la Revolución”. Aquel autoritarismo represivo de Gustavo Díaz
Ordaz (1964 – 1970), marcado por la matanza de estudiantes en Tlaltelolco (2 de
octubre de 1968) se transformó en el populismo de Echeverría (1970 – 1976) y su
guerra sucia contra la guerrilla, que fue ineficaz para reconstruir al PRI –
Gobierno, que sucumbiría ante dos nuevos enemigos no previstos: la crisis económica
y el neoliberalismo.
Ante la agonía del Presidencialismo, el gobierno de López Portillo (1976 – 1982) adopta la
recomendación de un viejo y astuto político priista, Jesús Reyes Heroles, para
impulsar la Reforma Política y – abrir la válvula de la olla express – dándoles
voz y voto a los disidentes marginados. También fue el momento que aceptar una “mirada
crítica” y, en esa coyuntura, apareció el proyecto del Uno más Uno:
“Aparte de los actores principales – dice Carballo - nadie
más supo de los compromisos establecidos con el gobierno. La clase política
afirmaba que el uno había surgido para divulgar los avances y la importancia de
la reforma política. El Director rechazó en público y en privado esa versión.
Navegó con pericia en esas aguas borrascosas para que no le sucediera al uno lo
que Excélsior, cuando menos en tal sexenio. (Carballo, 64).
Otro misterio, el nombre del Diario: “A
(Eduardo) Deschamps se le atribuye el nombre del uno y la contratación del diseñador
Pablo Rulfo. Querían un formato moderno y manuable, no el tamaño estándar
complicado de leer por los pases de una página a otra y a otra más, como el de
Excélsior. El Director no le restó méritos a Deschamps pero filtró la versión
de que el título se le había ocurrido a él, al Director. El formato estaba
inspirado en el diseño de El País de Madrid, inspirado a su vez en Le Monde de
París…El Director había viajado a Madrid para estudiar lo moderno en cuanto a
fondo y forma. Las versiones del Director y de Deschamps se difundieron de tal
modo que nadie supo a ciencia cierta quién había sido el creador de qué. Una de
las innovaciones fue insertar los textos de opinión o de análisis en las
secciones correspondientes. Así desaparecieron las dos planotas trufadas de artículos
sesudos” (Carballo, 65 – 66).
Y el mayor misterio: La cooperativa.
En aquellos años (igual que ahora) los periodistas estábamos considerados como
un “sector especial”, donde se pensaba que el privilegio de escribir nos
exentaba de un salario digno y de las garantías de la Ley Federal del Trabajo.
La única opción que garantizaba cierta estabilidad era la Cooperativa – como la
de Excélsior, ahora ya con la experiencia de evitar los errores del grupo de
Scherer - . Todos los que, en un
primer momento, llegamos al Uno más Uno, nos sentimos afortunados en saber que éramos
candidatos para ingresar la Cooperativa. Desconocíamos que, ya en ese momento,
la cooperativa agonizaba. Después, al igual que a la mayoría de mis compañeros,
me absorbió el periodismo. A Víctor Manuel Juárez, Gonzalo Álvarez del Villar,
David Siller, Víctor Avilés, Miguel Ángel Velásquez, Crista Cowrie, Pedro Valtierra y a mi, nos
comisionaron para realizar un gran reportaje sobre la pobreza. Así – gracias a Uno más Uno – empecé a
conocer la verdadera cara de México. Y siguieron más reportajes.
“Una ex reportera del uno estaba
escribiendo su tesis sobre el periódico – cuenta Carballo -. Me preguntó por qué
muchos socios fundadores permitieron el desbarajuste administrativo y por qué
no reclamaron sus acciones. Estábamos trabajando a favor del uno, respondí, y
en mi caso ni tiempo tuve de exigir papeles para acreditar nada. Debido a
intrigas de quienes pretendieron años después despojar al Director, renuncié
antes que ellos sin que yo reivindicara ninguna propiedad. Tenía menos de
cuarenta años, quería olvidarme del diarismo y alardeaba de que no necesitaba
vejigas” (Carballo, 284).
La Biblia (del Narrador, me refiero)
cita al Maestro Ernest Hemingway, quien sentenciaba que el trabajo periodístico
no le hacía daño a un escritor joven – él mismo reconoció que las mejores
lecciones del arte de escribir las recibió en el periódico Star de Kansas (usar
frases cortas y evitar repeticiones), pero – advirtió – que hay que abandonarlo
a tiempo, porque “después de que se llega a cierto punto, puede ser una
autodestrucción cotidiana para un escritor creador serio”. El tema lo dejo en
la mesa, abierto a debate, pero lo que es cierto es que Carballo, quien destacó
como reportero – galardonado con el Premio Nacional de Periodismo en los géneros
de entrevista y crónica -, un día decidió dedicarse de tiempo completo a la
literatura.
Ahora, al leer “Morir de periodismo”, me entero que
Carballo (MAC, como firma sus cuartillas) “había salido de Excélsior con la
convicción de abandonar el diarismo para persistir en la escritura de su novela
empezada a teclear durante las guardias y lo mismo en la corrección de unos relatos,
cuentos para él. Como se gastó sus ahorros en la edición de trescientos
ejemplares de La tarde anaranjada y otros cuentos, debió retomar el trabajo
reporteril en Proceso primero y en el uno enseguida. Por el sueldo y porque el
periodismo era otra de sus pasiones (Carballo, 143). A partir de entonces el
torbellino del diarismo atrapó a MAC por el cuello y sólo pudo desasirse años
después en España. Ahí, como despertando de un sueño prolongado, con algunas
pesadillas, resolvió dejar el diarismo, más no el oficio periodístico” (Carballo,
145).
Al tiempo, ya no ejercita el
diarismo, pero como si lo hiciera: MAC publica tres columnas: Tubocrónicas,
Garbanzos de a libro y Figuras de la Semana (mismas que ustedes pueden leer en
las páginas de El Heraldo de Chiapas, entre otros diarios).
Hasta la fecha, algunos ex reporteros
del Uno más uno, nos reunimos por lo menos una vez al año. Todos son
bienvenidos. No se habla de las viejas rencillas porque nos sentimos como hijos
de un matrimonio divorciado, con afectos y lealtades divididas. De antemano,
están descartadas las ambiciones para formar una asociación civil, un partido
político y menos otra cooperativa. Nos reunimos simplemente para conversar
entre amigos y ex condiscípulos, porque reconocemos que todos, empezando por el
Patán Velásquez, aprendimos periodismo en la vieja redacción de aquel Uno más
Uno.
Carballo, M.A. (2008), Morir de periodismo, Editorial
Axial, México.
* Texto leído en auditorio del Centro Cultural “Jaime
Sabines” de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 14 de diciembre de 2011.
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