El saraguato
mojarra
Para mi compa del arma Jesús Rodarte
por su pronta recuperación.
Gracias por la mención en tu artículo, maestro René Avilés.
Medio mundo habla ahora del sentido de pertenencia, tema, confieso, que me importa
un diputado matraca. No sólo no soy del DF sino tampoco de Chiapas, sino del
Soconusco, franja entre la selva y el Pacífico, roturada por una veintena de
ríos. Soy costeño, selvoso y subacuático. No pertenecí ni siquiera a las
cantinas de mi pueblo, sino a una cervecería, La Mesa Redonda. En el café La
Habana del DF los colegas habituales de los años setenta, ajenos a las seis redacciones
en las cuales había trabajado, me nacionalizaron ¡dominicano!, según el
periodista Abraham García Ibarra. Aunque se equivocaron por unos cuantos
cientos de kilómetros y otras tantas millas náuticas, les reconozco intuición
reporteril porque me veían prieto, brazos de saraguato y comiendo mojarras todo
el tiempo.
Tampoco sentí ser economista ni periodista si yo
ambicionaba escribir historias. Soy reportero, oficio aprendido sobre la marcha,
y aspirante a narrador aunque haya publicado una docena de libros
correspondientes al género, de acuerdo con mi pretensión contumaz. Elena
Jordana hizo el favor de publicarme “La tarde anaranjada y otros cuentos” (El
Mendrugo, 1976), en papel de estraza y pastas de cartón. Tú los seleccionaste
de entre una docena. El malvado de Antonio Andrade preguntó si era de la editorial
Conasupo cuando lo presenté en mi apartamento de divorciado, presentación a la cual
asistieron Enrique Loubet junior, Rafael Cardona, Miguel Ángel Rivera y Roberto
Vizcaíno, recién salidos de Excélsior. Y mi primer mamotreto, “Polvos ardientes
de la Segunda Calle” (Mortiz, 1990).
Si soy del verano del 42, je, ¿pertenezco a la
generación del 40? En cuanto al calendario así es y al rock y a haber leído a
la mayoría de los escritores de “la onda”, pero ¿quién iba a reconocérmelo?
Detesto a los advenedizos. Así pues traté de dominar dos oficios para cuyo
ejercicio nadie te da título. Pagés Llergo me hizo ver a quién o quiénes pueden
reputarse periodistas y yo quedé en noventa o noventa y cinco por ciento de
lograrlo. Gracias a ti puedo considerarme parte la generación del 40. Si me tildan
de arribista diré reclamos al Águila Negra...
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