5 de septiembre de 2012

TURBOCRÓNICAS



Mañana chilanga

Como ese libro le demanda concentración total, Feldespato lee una, dos veces equis párrafo. No importa, siete sexenios atrás no entendió nada, o recordaba sólo detalles. Se propuso ya la relectura porque iban a hacer una nueva traducción y corregirían numerosas erratas, y su déficit de atención podría llegar al ciento por ciento. Las medicinas que se lo exacerbaban terminaron en la basura.
Tomó asiento de cara a la entrada del vagón y detrás de él subió un vendedor de música estridente con bocinas a la espalda. Respiró profundo y apretó los puños, la receta para combatir el estrés y la neurosis, según leyó. Lo mejor para él fueron siempre dos, tres mentadas. Avanzaba en la lectura cuando irrumpieron tres cargas de búfalos en estampida en la estación del Centro Médico. Una pareja tomó asiento a su izquierda. Él, un sesentón de gafas para miope y de cabello como de estopa. Ella empezó a hacer aspavientos entre su nariz, la de Feldespato y el libro. Eran como jabs femeninos, como uno-dos femeninos, como lancetas mortíferas.
Feldes vio a su derecha y al fondo. La gente despierta no respondía al ataque. Entonces giró el cuello hacia la izquierda y vio a una cuarentona sordomuda, lanzando los jabs perfectos. El tipo del cabello como de estopa apenas lograba meter su cuchara, es decir, las manos. Esas sí en alto. No iban más allá de las rodillas de él. Feldes cerró el libro. Formidable, se dijo. Una sordomuda ¡parlanchina! y ¡vehemente! ¿Podrá decirse así? Meneaba dedos, manos y brazos, y hacía muecas, estiraba los labios de manera tan flexible que podría alcanzarse una oreja.
Feldes esperó el cese de las parrafadas violentas. El hombre cabello de estopa vio a Feldespato a los ojos, resignado. Como diciéndole ¿te imaginas cuánto soporto yo? La parrafada menguó. Entonces él, distraído, se dijo que había sido buena decisión buscar las dos versiones del “Ulises”, de James Joyce, para ver cuál releería. La traducida por un argentino o la traducida por un español. Escogió el ejemplar mejor conservado. Pensó en leer una versión y luego la otra. Pero tenía tanto qué releer…
De repente la mujer dejó de manotear entre su narizota, la de Feldes, y el libro. Feliz, él abrió de nuevo el libro pero entonces el vagón quedó a oscuras y el convoy se detuvo entre Niños Héroes y Balderas. Pinche realidad, murmuró Feldes, resignado.



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