FRAGMENTO 57
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
“Aquí afuera
seguiré esperándote, bombón”, le decía a Hércules doña Juanita. A manera de
atole con el dedo, y por teléfono. La marrullera y astuta de doña Juanita esperaría
afuera a su Bombón, Hércules, pues los sucedáneos eran sólo bomboncitos. Afuera,
especificaba, socarrona, pues el bombón estaba en el tamboril, como él llamaba
la cárcel.
La doña tenía gran disposición para el esnif esnif,
aunque nunca jamás se lo escuché cuando hablaba por teléfono siempre alegre,
rocanrolera, aunque ella era de cumbias y de salsas, con sus caderas
tartamudas, presumía, como las de la cantante y bailarina colombiana, Shakira. Ese
tono usaba, el presuntuoso y canturreando, para darle ánimos a su Hércules.
Pero ¿cómo certificar la fidelidad fingida a Hércules si hubo engaños con
jóvenes y viejos, poderosos o insignificantes? Engaños a cambio de ciertos
pagos negociados por ella a posteriori. ¿No son las prostitutas quienes cobran,
lic?... Doña Juanita platicaba de sus aventurillas con el desparpajo como nos
quería aleccionar a nuestra jefa, a la Rott y a mí, sobre el sistema
para hacernos de un dinerillo mediante la vía del uso pleno, pero ¡racional!,
de nuestros respectivos palmitos. Mediante la estrategia de sacarle provecho a
los atractivos físicos, conservados siempre en condiciones, entre comillas,
despampanantes para la batalla cuerpo a cuerpo. La doña frecuentaba hoteles y
moteles, y nunca jamás llevó a nadie a su apartamento. Jóvenes al hotel y
maduros al motel.
––¿Por qué dices apartamento?
––preguntó Leo al principio––. Todos dicen departamento. Te oyes medio mamona,
porque a veces lo eres completa..., y tu diestro y siniestro.
––Así decía mi mami ––
expliqué cuando daba explicaciones a diestro y siniestro, je je––. Me
acostumbré de niña.
––Y cuando dices depa, ¿por
qué no apa?, insistió. Callé, dedos prensados con el portazo verbal. Lo vi a
los ojos. Entonces Papito Leo batió sus arremangadas pestañas de monigote
ridículo.
––Están bien las explicaciones,
Petacona ––dijo él––. Pero a nadie más ¿eh? Se las das a medio mundo y no
tienes por qué darlas, ¿eh? Hablo de las explicaciones… No malinterpretes.
Sabes ad náuseam que odio albures y
explicaciones no pedidas. Es todo.
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