16 de diciembre de 2014

FRAGMENTO 57

FRAGMENTO 57
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

 “Aquí afuera seguiré esperándote, bombón”, le decía a Hércules doña Juanita. A manera de atole con el dedo, y por teléfono. La marrullera y astuta de doña Juanita esperaría afuera a su Bombón, Hércules, pues los sucedáneos eran sólo bomboncitos. Afuera, especificaba, socarrona, pues el bombón estaba en el tamboril, como él llamaba la cárcel.

La doña tenía gran disposición para el esnif esnif, aunque nunca jamás se lo escuché cuando hablaba por teléfono siempre alegre, rocanrolera, aunque ella era de cumbias y de salsas, con sus caderas tartamudas, presumía, como las de la cantante y bailarina colombiana, Shakira. Ese tono usaba, el presuntuoso y canturreando, para darle ánimos a su Hércules. Pero ¿cómo certificar la fidelidad fingida a Hércules si hubo engaños con jóvenes y viejos, poderosos o insignificantes? Engaños a cambio de ciertos pagos negociados por ella a posteriori. ¿No son las prostitutas quienes cobran, lic?... Doña Juanita platicaba de sus aventurillas con el desparpajo como nos quería aleccionar a nuestra jefa, a la Rott y a mí, sobre el sistema para hacernos de un dinerillo mediante la vía del uso pleno, pero ¡racional!, de nuestros respectivos palmitos. Mediante la estrategia de sacarle provecho a los atractivos físicos, conservados siempre en condiciones, entre comillas, despampanantes para la batalla cuerpo a cuerpo. La doña frecuentaba hoteles y moteles, y nunca jamás llevó a nadie a su apartamento. Jóvenes al hotel y maduros al motel.

––¿Por qué dices apartamento? ––preguntó Leo al principio––. Todos dicen departamento. Te oyes medio mamona, porque a veces lo eres completa..., y tu diestro y siniestro.
––Así decía mi mami –– expliqué cuando daba explicaciones a diestro y siniestro, je je––. Me acostumbré de niña.
––Y cuando dices depa, ¿por qué no apa?, insistió. Callé, dedos prensados con el portazo verbal. Lo vi a los ojos. Entonces Papito Leo batió sus arremangadas pestañas de monigote ridículo.
––Están bien las explicaciones, Petacona ––dijo él––. Pero a nadie más ¿eh? Se las das a medio mundo y no tienes por qué darlas, ¿eh? Hablo de las explicaciones… No malinterpretes. Sabes ad náuseam que odio albures y explicaciones no pedidas. Es todo.



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