25 de diciembre de 2014

FRAGMENTO 58

FRAGMENTO 58
de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

Aunque Hércules no es vivo, doña Juanita podía engañar o persuadir a una roca, para bien o para mal. Entraba a ver al jefe, lic, y salía con los propósitos cumplidos y el beneficio de equis compañero. “Es más fácil pedir para los otros que para una”, decía, flexionando la pierna izquierda hacia atrás y hacia arriba. Eso de haz el bien, manita, y no veas a quién, es ciertísimo. Te sientes de maravilla y nomás el malagradecido no revira favores. ¿Capiscas? De modo que doña Juanita debió tener otra clase de atractivos en su época esplendorosa de bailarina, de mujer fatal, como se autodenominaba. El atractivo de un cuerpo bien formadito. He visto sus fotos y la he visto en mi mente bailando con sus caderas tartamudas
Para Leo una mujer joven estaba fresca y útil. Las otras, marchitas e inútiles. Dejé de estar fresca, pero inútil jamás de los jamases. Él siempre echaba mano de su vieja para cuanto necesitara y para que le bailara. Para sus ocurrencias perversas en la cama y tener al centavazo la casa, o para ir a la tienda cada noche de sus encuentros con los amigotes. Voy corriendito, le decía nomás por molestar pues odiaba lo de corriendito.
Doña Juanita era de baja estatura y se teñía el cabello. Nariz aguileña y Boca de pato debido a los silicones. Encantadora. ¿Serán encantadores, los chaparritos, como los gorditos? Pendejadas tuyas, Petacona, decía Leo. Chaparros y gordinflas son envidiosos. Vargas Llosa ya dijo que la gordura denota desarreglo mental… ¿Vargas Llosa? ¿Cuándo lo había leído y qué? En alguna entrevista.
Usted, lic, debe medir como uno ochenta, ¿no?... Uno setenta y cinco. Eso ayuda porque Leo era más bien chaparro y empezó a engordar los últimos años. ¿Debí preguntarle si se consideraba en el umbral de la locura, según la idea de Vargas Llosa?... Tampoco era envidioso ni amargado. Frustrado sí. Neurótico y Pomposo. Padecía varios desarreglos mentales y el último fue el de la gordura. Nada de cuanto soñó se le hizo realidad. Pero ignoraba a los triunfadores.
Según él tuvo claro el rumbo desde que olvidó su sueño de ser albañil porque, en la correccional, empezó a soñar con ser abogado. Pero los abogados triunfadores, unos palurdos buenos para la transa y el resto, la morralla, lo tenían sin cuidado, a menos que los tratara. Un rasgo de la inteligencia es discriminar, decía. La vista panorámica te dispersa en el análisis... Para él no contaba ver el bosque sino el árbol. Debías centrar el objetivo, aislarlo de la paja.
El desdén se transformaba en desprecio ante el escaso porcentaje de, por ejemplo, médicos triunfadores. con él de paciente. Atado a una silla de ruedas casi dos años, siguió blasonando presa de furia que el tiempo le daba la razón Se sintió conejillo de Indias de la medicina. Se iba contra la puerta y luego giraba alrededor de la mesa. Blandía dos pistolas y  , ya calmado, guardarlas en las bolsas del súper, colgadas a los lados.
––¿Sabes cuál es otro problema? ––dijo––. No reconocer tus límites. La mayoría de los jijueputas no admiten que hay muchos síntomas cuyas enfermedades desconocen.
¿Respiraba por la herida, lic? El infarto cerebral le hizo germinar otro resentimiento que ensanchó el manojo acumulado desde niño, y que ramificó desde el alma hasta las vías biliares. Como espinas de mojarras brotándole a lo largo del pene, je.
––Los medicuchos viven en amafiato ––agregó––. Observa cómo se defienden y cobijan entre sí, los culéis. Así de fino, lic.
––Si reconocieran sus límites y fueran menos pretenciosos ––continuó––, treinta por ciento sería enfermero. Vienen de rebanar bisteces en vidas anteriores, si creyera esas pendejadas. Otros culéis ven sangre y se zurran.
Volviendo a Hércules, él le creía a su Juana o le creía. De por medio estaban su cariño y los dólares que le dejó en una maleta.
––El billullo era en dóllares y cuando mucho de a cinco… ––especificó ella, y yo puse los ojos como platos,.
––¿No sintió miedo? ––pregunté––. Dinero ajeno y mal habido.


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