FRAGMENTO 58
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
Aunque Hércules no es vivo, doña Juanita podía engañar o persuadir a una roca, para bien o para mal.
Entraba a ver al jefe, lic, y salía con los propósitos cumplidos y el beneficio
de equis compañero. “Es más fácil pedir para los otros que para una”, decía,
flexionando la pierna izquierda hacia atrás y hacia arriba. Eso de haz el bien,
manita, y no veas a quién, es ciertísimo. Te sientes de maravilla y nomás el
malagradecido no revira favores. ¿Capiscas?
De modo que doña Juanita debió tener otra clase de atractivos en su época
esplendorosa de bailarina, de mujer fatal, como se autodenominaba. El atractivo
de un cuerpo bien formadito. He visto sus fotos y la he visto en mi mente
bailando con sus caderas tartamudas
Para Leo una mujer joven
estaba fresca y útil. Las otras, marchitas e inútiles. Dejé de estar fresca,
pero inútil jamás de los jamases. Él siempre echaba mano de su vieja para
cuanto necesitara y para que le bailara. Para sus ocurrencias perversas en la
cama y tener al centavazo la casa, o para ir a la tienda cada noche de sus
encuentros con los amigotes. Voy corriendito, le decía nomás por molestar pues
odiaba lo de corriendito.
Doña Juanita era de baja
estatura y se teñía el cabello. Nariz aguileña y Boca de pato debido a los
silicones. Encantadora. ¿Serán encantadores, los chaparritos, como los
gorditos? Pendejadas tuyas, Petacona, decía Leo. Chaparros y gordinflas son
envidiosos. Vargas Llosa ya dijo que la gordura denota desarreglo mental…
¿Vargas Llosa? ¿Cuándo lo había leído y qué? En alguna entrevista.
Usted, lic, debe medir como
uno ochenta, ¿no?... Uno setenta y cinco. Eso ayuda porque Leo era más bien
chaparro y empezó a engordar los
últimos años. ¿Debí preguntarle si se consideraba en el umbral de la locura, según
la idea de Vargas Llosa?... Tampoco era envidioso ni amargado. Frustrado sí. Neurótico y Pomposo. Padecía
varios desarreglos mentales y el último fue el de la gordura. Nada de cuanto
soñó se le hizo realidad. Pero ignoraba a los triunfadores.
Según él tuvo claro el rumbo
desde que olvidó su sueño de ser albañil porque, en la correccional, empezó a
soñar con ser abogado. Pero los abogados triunfadores, unos palurdos buenos
para la transa y el resto, la morralla, lo tenían sin cuidado, a menos que los
tratara. Un rasgo de la inteligencia es discriminar, decía. La vista panorámica
te dispersa en el análisis... Para él no contaba ver el bosque sino el árbol.
Debías centrar el objetivo, aislarlo de la paja.
El desdén se transformaba en
desprecio ante el escaso porcentaje de, por ejemplo, médicos triunfadores. con
él de paciente. Atado a una silla de ruedas casi dos años, siguió blasonando
presa de furia que el tiempo le daba la razón Se sintió conejillo de Indias de
la medicina. Se iba contra la puerta y luego giraba alrededor de la mesa.
Blandía dos pistolas y , ya calmado,
guardarlas en las bolsas del súper, colgadas a los lados.
––¿Sabes cuál es otro
problema? ––dijo––. No reconocer tus límites. La mayoría de los jijueputas no
admiten que hay muchos síntomas cuyas enfermedades desconocen.
¿Respiraba por la herida, lic?
El infarto cerebral le hizo germinar otro resentimiento que ensanchó el manojo
acumulado desde niño, y que ramificó desde el alma hasta las vías biliares.
Como espinas de mojarras brotándole a lo largo del pene, je.
––Los medicuchos viven en
amafiato ––agregó––. Observa cómo se defienden y cobijan entre sí, los culéis. Así
de fino, lic.
––Si reconocieran sus límites
y fueran menos pretenciosos ––continuó––, treinta por ciento sería enfermero.
Vienen de rebanar bisteces en vidas anteriores, si creyera esas pendejadas.
Otros culéis ven sangre y se zurran.
Volviendo a Hércules, él le
creía a su Juana o le creía. De
por medio estaban su cariño y los dólares que le dejó en una maleta.
––El billullo era en dóllares y cuando mucho de a cinco…
––especificó ella, y yo puse los ojos como platos,.
––¿No sintió miedo?
––pregunté––. Dinero ajeno y mal habido.