TURBO DEL 23 DE
MAYO
Resiste, negro, resiste
La primera vez que oí la palabra resistencia fuera del
ámbito deportivo fue en una redacción. La dijo a manera de exhorto, Roberto, el
Negro Noriega, reportero de policía. Nos habíamos conocido reporteando comandantes
judiciales y de la secreta, cuando los había. Él formaba parte del primer mundo
como representante de El Sol de México, diario de circulación nacional, y yo
del tercero, reportero de una agencia de noticias para diarios del interior del
país. La mayoría ni pagaban el servicio.
Los del tercero aspirábamos a
llegar al primero, y los del primero afianzarse y reportear las fuentes
políticas o las financieras. Reportear la Presidencia de la República, codearse
con el verdadero poder, era demasiado pedir.
Después de años, nuestros
caminos bifurcados, el Negro y yo volvimos a encontrarnos, ahora en la
redacción de El Sol. Me dio mucho gusto. Era de los pocos con quien charlaba de
cosas terrenales y teníamos intereses comunes, la lectura, la escritura y los
viajes como enviados especiales. Lo primero que supe en ese reencuentro fue que
él era reportero, acreditado ya en ¡la Presidencia de la República!
Lo felicité. En nuestras
charlas nos quejábamos de los castigos impuestos por el jefe de información
porque perdíamos tal o cual nota, o del jefe de redacción que nos ordenaba
completar una nota mal reporteada por un compañero o redactar de nuevo cuatro,
seis cuartillas tecleadas con los pies por otro peleado a muerte con dos
enemigas, la sintaxis y la ortografía.
¿Cómo aguantaste?, le
pregunté recién entrado a El Sol a la guardia nocturna a fin de hacer méritos y
quién sabe cuándo debutar en la calle como reportero primermundista. “Resistiendo”,
dijo Roberto el Negro Noriega, resistiendo. “Este es un oficio de resistencia.
Resiste, mi negro, resiste y obtendrás tu premio”.
Lo recordé después de hacer la
espera de dos horas para una sesión de radioterapia y otra media hora para que
una secretaria me transmitiera el mensaje del médico de que no le autorizaría a
un jubilado del IMSS las cápsulas de la quimioterapia porque es un medicamento
controlado. Pero si no las quiero para vender, quise decir, indignado. Entonces
sentí el tamborileo de unos dedos en mi hombro derecho y escuché una voz:
“Resiste. mi negro. Resiste…” Respiré hondo e hice acopio de tolerancia y de
paciencia. El premio sería, quizá conservar mis ahorros y los de mi princesa.
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