Leer es cosa de genes
Uno de los peligros de los
genes es hacerte adicto a los libros. Cuando descubres en casa la biblioteca, grande,
chica o minimini, tragas el anzuelo. Entonces, ¿por qué exigir que lea quien carece
del chip? Digamos, ¿a los que traen el chip de diputado? Demos a oler los
libros a quien, por lo que sea, los ha visto sólo en/ o para la escuela. Basta que
la adicción la transmita el padre o la madre. La madre puede transmitir casi doscientas
enfermedades, se sabe, pero ignoro cuántos el padre. Acaso el doble.
El problema es el sistema. Con
libros caros y bibliotecas escasas y burocratizadas, salvo excepciones, ¿cómo?
Si naciste en la era Mesozoica y vives encaramado en las palmeras, debes leer
cuando menos periódicos para enterarte de dónde, a quién y cómo comprar libros.
Nada fácil. Los países ricos poseen bibliotecas y les cuesta cero centavos leer
tantos libros como quieran, todos. Paradoja en el “país emergente” porque tienes
que comprar tu biblioteca propia y pagas los precios fijos de los libros. Hubo
época en la cual, baratos, terminaban hechos un mazo de barajas atípico pues
hay transa en la compra de la goma barata y, antes y ahora, te los roban nomás
por molestar.
Los gobiernos organizaron un
cúmulo de actividades en el Día Mundial del Libro y como era lunes (23) aprovecharon
el domingo para hacerlo en dos y en cinco días. Bien. Pero es como si yo fuera
adicto al “gallo” y me dijeran aquí está una tonelada, dos, y debes fumártela ¡hoy!
Sin precios especiales. Para el libro, no para la mota, porque ¡violarían la
ley! ¿Cuál podría ser la salida? Desburocratizar y deschatarrizar las
bibliotecas públicas. En mi caso les niego incluso el beneficio de la duda. Casi
ochenta por ciento de quienes leen no asisten a las bibliotecas. Prefiero
suprimir el bistec o la chuleta y comprar una novedad editorial. Antes de los
gobiernos panistas, compraba el equivalente a dos libros y medio o una de
whisky. Ahora solo un libro.
Quizá el próximo presidente
no haya leído ni la “Biblia” amparándose, torpe, en su laicidad. Cuando el presidente
del PAN (1996-1999), Felipe Calderón, asistió a una comida de la Sociedad
General de Escritores de México (SOGEM), declaró que no tenía tiempo para leer literatura.
Debí adquirir un cochinito. Ni hablar del caso de Fox. Ellos son adictos al
poder. Son otros los genes.
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