4 de abril de 2012

TURBOCRÓNICAS



Sinsabores de un peatón
Como a las seis pm empezó a llover y Feldespato lanzó una maldición atronadora. Al vuelo tomó el paraguas y le agradeció a su hijo mayor el aventón. Gracias no, síguele a tus garabatos. Él sabía cómo remontar el DF en minutos hasta la avenida Juárez. Caminó a División del Norte y al paso, lloviendo, tomó un micro, no el trole, a fin de transbordar adelante al metro. Una pareja se sentó a su lado y el chico evitó, driblando, que ella quedara junto al viejo cara de cemento armado. Feldes recibió un muslazo, peor que el de una mujer gorda, pensó.
El último vagón del metro es para homosexuales, le habían advertido sus hijos, como los de en medio lo son para mujeres. Cierta noche, luego de la taberna, el tío Hugo y él entraron al último. Dos policías iban de pie. “Nunca me he tirado a un poli…”, les dijo el tío, setentón, de ciento veinte kilos, achispado. Los polis rieron confundidos. Antes de que Feldespato lo sujetara por un brazo y se pusieran a salvo, los polis abandonaron el vagón. Nunca sabrá si huyeron espantados.
En la estación Hidalgo, transbordó a la línea dos rumbo al este. El pico de la hora pico. La gente intentaba abordar los vagones y la de adentro lo impedía. Los recién bajados iban abriéndose paso. Rechiflas y mentadas agrietaban el aire denso. Una mujer policía invitaba a un pasajero a que se lo dijera en la cara... Chaparrita, brava, juntaba y separaba por lo alto los dedos, la seña universal de cuscús en el sisirisco, según dice el tío.
Hacía meses, ahí mismo, un tipo disparó su arma contra un anciano y los policías, parapetados. Al trasbordar, Feldes se puso al hombro la chamarra impidiendo el cierre de la puerta. Al cuarto intento, reaccionó y tiró de la prenda y la puerta se cerró y el convoy arrancó. En Bellas Artes, como si él tuviera veinte años, subió la escalinata sin rellano, inquieto porque hubieran cerrado ya el Palacio, pero no. Aún tuvo bríos para subir otra escalera  y al entrar Marcial Fernández presentaba al primer presentador del libro, el de Marcial, “Los mariachis asesinos” (Ficticia Editorial) y luego escuchó muerto de risa a Gustavo Markovich, a Flavio González Melo y a Javier García Galiano y, cuando Marcial dio las gracias e invitó a las tortas, buenísimas, del Covadonga, Feldespato se dijo, comprobado en piel propia, que en los hospitales, en las cárceles y en la presentación de libros se conoce a los amigos.


1 comentario:

  1. http://www.oem.com.mx/elheraldodechiapas/notas/n2492312.htm

    "Sus bastos conocimientos"...

    http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=basto

    Jajaja

    Mario

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