18 de marzo de 2014

FRAGMENTO 24

FRAGMENTO 24
 de “El último protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las narices de mango”, novela  de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)

En resumen, lic, pude terminar queriendo a Leo, pero no sentí ni amor ni odio ni lástima. Odio ni siquiera ante sus peores groserías. Se siente lástima cuando hay cariño. Como era el padre de mis hijas, creí suficiente aplicarle la ley del hielo.
Le fastidiaba que yo lo ignorara puesto a pontificar, solemne.
“Lavo platos o me siento a escucharte”, ­­­­“le decía en caso de reclamos.
Me atreví a esas respuestas cuando se recuperaba del infarto.
Tampoco pretendía ser el centro de atención porque las niñas no existían para él… y respecto a mí ¿qué ganaba con que yo le bebiera los alientos, como se dice, siendo una escucha insignificante?
Con sus monólogos, él podía estar afinando la cátedra para cuando estuviera ante sus amigotes, ejercitando los pulmones y el diafragma, aceitando la garganta.
De mí le importaba que en casa todo marchara bien planchadito, único diminutivo que se permitía.
De Lili y de Yoli esperaba que ayudaran no estorbando ni robándole su tiempo oro.
Cuando Papito Leo  llegaba a casa, ellas corrían a su recámara, no a la puerta a recibirlo, como se ve en las películas. Todavía eran Lili y Yoli. En la pubertad Leo decretó llamarlas Alba Lilia y Yolanda. Se mofaba de los extraños nombres propios como los tomados del cine, o de la tele, o distorsionados por la otitis. El cerumen obstruyendo los oídos era poderoso enemigo de la prosodia, según él. Cuando le preguntaban a las niñas cómo les decían de cariño, Leo se apresuraba a contestar:

“Se llaman Alba Lilia y Yolanda. Sin apodos.”

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