El desengaño
Feldespato teme que la realidad mal hecha le
impida llegar a tiempo a la casilla electoral. El avión aterrizará con media
hora de atraso y dispondrá de hora y media... Esa mañana, cuando caminó hacia
el baño del cuarto 204, no había periódico gratis bajo la puerta. Mal comienzo.
Así que ¿por qué extrañarse de las enchiladas de mole bajo un cúmulo de repollo
sin rodajas de cebolla ni queso. Una cocinera las prepara al modo clásico, le
dijeron, y otra con repollo chorreando agua turbia,
Su hermano lo lleva al aeropuerto sorteando
calles despanzurradas y de banquetas destruidas que el alcalde dejó a medias
porque es candidato a gobernador. De pie frente a la puerta de entrada, tres
federales juegan absortos en sus respectivos celulares, dos boquiabiertos.
Feldespato oprime el botón y se enciende la luz verde. También los soldados le
dicen adelante, no hay revisión. En el televisor de la antesala el número de
vuelo aparece como el 561 pero en su boleto como 2489. Realidad absurda,
surrealista, kafkiana.
Pide un café y cuando se lo están sirviendo
pregunta si hay crema. La vendedora suspende con violencia el chorro y tritura
frases incomprensibles. Ella devuelve el café a la cafetera y de otro
recipiente echa al vaso un chorro de crema. ¿Cómo adivina la cantidad?, le pregunta.
Ella vuelve a pulverizar hiel sólida con las muelas. Podría haber quedado al
gusto del cliente por el color de la mezcla, pero está tibio. Para beber
cualquier café por malo que sea, Feldespato le pone crema. En casa lo bebe sin
crema y… caliente. Compra agua en otro local. No es masoquista. En los filtros decomisan
las botellas de agua, ¿para beneficio del comercio interno? En las salas del
DF, cuesta diez pesos más y en el aeropuerto de Tapachula veinte.
A los aviones de dos filas de asientos suben primero
los pasajeros de ventanilla y enseguida los de pasillo. Una empleada le
franquea el paso a una pareja, pero un empleado sin criterios se lo impide a
otra. El cuarentón a su izquierda ocupa los dos descansabrazos marcando su
territorio, los orinaría si fuera gato. Cuando no juega en su celular o le toma
fotos a las nubes “ojea” los anuncios de
la revista gratuita, y se persigna en el despegue. Feldespato devuelve los
cacahuates y pide café. Tiene que esperar, le dice, tajante, la aeromoza. Si
una mesera te ordena permítame es que la cosa ya se chingó, decía Rafael
Ramírez Heredia.
A las cinco y pico entra a la escuela donde está
su casilla, en territorio panista. Vota y siente la emoción en el estómago. Ahí
arrasa la izquierda. A las 11:30 pm escucha el resultado absurdo, surrealista,
kafkiano.
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