Turbocrónicas
FRAGMENTO 72
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
No es de cristianos quejarse, licenciado García... Perdón, García-Corral. Así que estoy en
condiciones de contarle mi vida sin quejumbres ni mordidas de rebozo. Me cuesta
llorar. Lo hago en el cine. Silenciosa. Qué fría eres, me acusaba Papito Leo, y
tú qué cabrón, hubiera querido decirle, pero ya habían nacido las dos niñas. No
ha lugar para lagrimitas ni moqueo, don Picapleitos, debí decirle en su argot de
leguleyo, y tamborilearle la espalda cuando, absorto, miraba las palmeras del
camellón de la calle de Vértiz mientras
llovía, o te quedas sin ron, sin chilaquiles o sin huevos parranderos y bailecitos
privados.
Otra como él era doña
Juanita, quien lloraba por todo, y la Pequeña Lulú, su perra, la de ella, por
influencia del ama. Así como Hércules lleva y trae una pelota de hule macizo, estrujándola,
ella usaba un pañuelo para enjugarse las lágrimas y otro para las lágrimas de
su perrita. Lágrimas de cocodrilo, “de lagartona”, decía la Rott, la secre del
jefe, Purificación del Pozo Ramírez, nuestra jefa. El humor de doña Juanita era
como el clima del DF, del frío pasaba al calor y viceversa en el mismo día,
¿ajá? Del lloriqueo al súbito jolgorio con risotadas y meneos de su minúsculo,
redondo y vibrante trasero…, con el que presumía de bailar mejor que Shaquira y
su trasero tartamudo.
Mi vida le resonará a usted,
lic, tragicómica y boba. Pude cortar por lo sano al darme cuenta de mi parcela
de infierno, los cincuenta metros cuadrados del apartamento, mas permanecí
adormecida y a fuego lento buen tiempo. Quién sabe cuándo desperté. No
despertaste, decía Leo. Te rebelaste catapultada por la menopausia… Sea como
sea, me puse a ver palmo a palmo mi entorno matrimonial y a tomar conciencia del
infierno familiar. Pudo suceder con el nacimiento de Alba Lilia.
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