Turbocrónicas
FRAGMENTO 71
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
De lo que piensan los
allegados a él acerca de su muerte, tampoco me lo dicen, quizá por respeto. La
mayoría son capitalinos. Excepto sus primos y el Trepamadres, veracruzanos como
Leo. Aunque el Trepa dice todo lo que piensa por cínico.
Lic, disculpe mis palabras
sobre el infierno y el diablo, pero no puedo evitarlo. Si le contara la verdad
de mi vida, lloraría…
Gracias, sí. Le acepto un
poco de agua... Gracias.
Leo lloraba ebrio por sus
padres y a causa de su tío. A este último lo acusaba de haberle entre comillas
jodido la existencia, pero también de haberle propiciado un matrimonio, entre
comillas, en relativa paz. ¡¿Qué?!... Cuál paz si la guerra de Leo fue a
muerte. Es decir mantuvo batalla permanente contra sus demonios. Desde luego,
yo formaba parte del elenco. La demonia mayor, je. Un Quijote con el cuerpo de
Sancho Panza, y un ejército de siniestros fantasmas haciéndole la vida
imposible constituían los molinos de viento.
En época de lluvias, él
lloraba viendo agitarse desde la ventana las palmeras del camellón. Patético.
Lloraba a causa de su fracaso en política, cuya carrera nunca inició en la
práctica. Lloraba por su fracaso como abogado, de lo cual no debió culpar a
nadie… Todo esto lo deduzco, lic… Lo que no sé es si lloraba por el abandono de
su madre y de su padre. Me resulta difícil ponerlo en claro… Él nunca, jamás me
dijo nada. Hubiera sido tanto como aceptar sus debilidades. Hizo, no cuanto
debió hacer, pero sí cuanto pudo, según yo, en los escasos momentos en que
siento benevolencia por él. Quiso ser masón y lo reprobaron. Eso le dolió. Lo
frustró. Lo neurotizó. También porque nunca jamás escribió ningún libro, ni
siquiera el flamígero prólogo, sospecho.
Dejando de lado su perfil
sensiblero de Leoncito Bubú, él era un profesionista ambicioso. Estaba
preparado, alardeaba, y con una vasta experiencia de litigante, lo que le
atraía de la carrera. Yo le di el beneficio de la duda. Pero su carácter
explosivo lo perdió y también que dijera todo cuanto pensaba, como el Trepa,
sin que le importara actuar políticamente incorrecto, una de las frases
trilladas de moda. Exponer lo que piensas no es el problema, rumiaba él, sino
decir estupideces. Los políticamente correctos me han rejodido la existencia.
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