Turbocrónicas
FRAGMENTO 66
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
Si me desvío, licenciado García-Corral, dígamelo para centrarme. Sé volver al punto debido cuando
me lo propongo o me invitan a retomar el camino. Se lo aprendí a fuerza a Leo.
Mantenerme en la ruta de la vida sin desviarme no podré hacerlo nunca jamás.
Está en mí naturaleza. Procuro desviarme solo tantito. Sin frustrarme al
extremo de provocarme esterilidad creativa. Hay desvíos que la reencauzan a
una. Si defiendo esas desviaciones, defiendo la libertad de pensamiento, creo.
Lo último en lo cual no me declararé vencida. Ahí ni siquiera Papito Leo pudo
reencaminarme, ni el gobierno lo conseguiría, y si yo termino tras las rejas
tampoco arriaré la bandera de mi libertad para pensar y recordar. Recordando y
escribiendo.
––Loca ––dijo Leo cuando lo
comentamos––. Ni te imaginas lo que es la cárcel.
––Pues la prefiero.
––¿En relación a qué,
Petacona?
––A vivir encarcelada
mentalmente.
Es como yo me sentía viviendo
con él, debí agregar, lic. Mas ¿para qué picarle la cresta? Se la picaba y su
reacción era desagradable. Sin violencia física de su parte, pero sí con
torturas mentales hirientes. No se lo deseé ni a la vecina.
En la cárcel, lic, yo
no pensaría en
grandes cosas como para enmendarle
a Nietzsche sus tratados, je je. Leo conocía lo elemental de ese demente y,
cuando digo elemental, me refiero a su frase manida, entre comillas: Si vas a
ver a una vieja no olvides llevar el látigo… Es de él, ¿verdad? Nada nuevo. A Papito
Leo le gustaba divulgar ideas ajenas, las frases de otros. Incluso algunas
mías.
A cambio yo casi hablaba como
él. Palabrotas. Entonaciones. Sobre todo para no quedarme atrás de doña
Juanita, para inspirarle confianza y ella me contara de sus romances. Mas a Leo
no lo seguía en sus prejuicios. Por ejemplo contra los chilangos, como los
llamaba él. También decía que los blancos olían a muerto… ¿Cómo era eso? ¿Y a
qué huelen los morenos muertos? A zopilotes muertos, decía él. A pajarracos
carroñeros vueltos carroña… Y así, podía seguir él.
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