FRAGMENTO 64
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
En dos semanas vi la luz al
final del túnel, como dicen, tras veintitantos años de vivir como alimaña
vapuleada en callejón sin salida. Dos mudanzas en quince días. Apareció
Hércules. Murió Papito Leo. Hércules Volvió a la cárcel. Doña Juanita
desapareció por deseo propio. Me ascendieron a editora. Podría tener tres
apartamentos.
Yo temía otro infarto
cerebral de Leo y, mire, murió de un ataque al corazón. Disculpas por el juego
de palabras. Hércules se vio obligado a ejecutar ese estraick al corazón. No lo
celebro, ¿ajá?... Voy a contarle cómo sucedió y el contexto para que norme su
criterio, como dicen. Cuando menos hasta donde yo sé.
Esa es la historia a grandes
rasgos, licenciado García-Corral, y puedo ampliársela según lo que usted
necesite saber. He tomado muchas notas para escribir de mi vida. Pasajes y
diálogos con mi esposo, los cuales yo consideré de interés… No por geniales, o
simpáticos por léperos, machistas y misóginos. A lo mejor sus arranques de
furia o sus enseñanzas de vida, como las llamaba él, no tengan vela en el
asunto, como dicen, pero otras anotaciones sí. Podría ampliar la historia...
Cuanto guste y mande.
Por cierto esa frase le
desagradaba a Papito Leo. Era de mi madre, de doña Natalia, y a lo mejor de mi
abuela quien se la inculcó a ella, o de
mi bisabuela y… etcétera. Un día le dije a Leo, comillas, lo que gustes
y mandes, comillas. No era primera vez. Pero sí mal momento. Bueno, él solo
tenía malos momentos.
––Petacona, sentemos
jurisprudencia ––empezó como de buenas, tras pasarse el tubito de crema por los
labios––, abstente de decir lo que gustes y mandes. Es de personas colonizadas.
Yo puedo ordenarte. Pero dime lo que gustes y mandes de manera consciente.
Hizo una pausa para ver si escuchaba.
A los cuatro o cinco años de casados, aún le ponía atención. Yo deseaba
contribuir al buen entendimiento. Nacieron las niñas y contribuí pero a
largarnos de su mazmorra. Ya no aguantaba su chiqui, chiqui, chiqui.
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