Turbocrónicas
FRAGMENTO 37
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO
CARBALLO (MAC)
Para la doctora Bárbara Nettel y para el doctor Rodea, genuinos médicos
humanistas de Neurología y de Oncología del IMSS.
Leo fue de menos a más con sus
parientes. Primero habló del robo de la
tienda de su padre y guardó para el final los hurtos de los primos y los
recuerdos de su confinamiento en la correccional. También que el tío lo hiciera
vender periódicos y le robara las ganancias. El sobrino debía pagar su propio
sustento en casa, según el viejo.
Después de media docena de
cubas, Leo echaba en cara a los primos que hubieran callado en cada robo.
Justino y Rutiliano se retorcían de vergüenza. Eran los primos quienes le
robaban al papá, concluí. Mejor dicho, al papá de Leo, verdadero dueño de la
tienda. Pero siguieron visitándonos. Muertos de vergüenza, ahí estaban, ¿ajá? No
los entendía.
Trataron de justificar al
padre diciendo que la tienda quebró porque abrieron cerca un Oxxo, un Seven Ileven, etcétera.
“La quiebra afectó a papá” dijo
Justino, el primo gordito y de barba de chivo, porque entregaría malas cuentas
al hermano, a tu padre, Leo.
“El tío empezaba a beber cervezas y remataba con
aguardiente de caña”, dijo Leo”. Bien. Allá él. Pero ¿por qué mandarme a vender
periódicos, con norte o sin norte?”
El primo gordo y de barbita,
Justino, recordaba nostálgico esa etapa gozosa de la venta de periódicos.
“Claro “dijo Leo”, “porque ustedes
no le daban las ganancias. Yo sí”.
Berta y Marta permanecían
calladas, examinándose las palmas de las manos entrecruzadas sobre el regazo,
sin escarbarse las uñas como la Gandini, cual si, la echada en cara y
amonestación, fueran para ellas, sin vela en el entierro como se dice.
Después de eso, los primos no
regresaron, acuciados quizá por sus respectivas... ¿Cómo iban a regresar si
recibían aquel trato grosero del malagradecido primo? Pero antes hubo otro
conflicto entre Leo y una prima.
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