Turbocrónicas
FRAGMENTO 4
de “El último Protomacho, Creativo y
Perfeccionista en el País de las Colas sin fin y las Narices de Mango”, novela
de
MARCO AURELIO CARBALLO
A Papito Leo, ebrio, le pregunté por qué se casó.
Pudiste haber seguido tu camino, y yo el mío, le dije. Ay, Petacona, qué cosas
dices, dijo él. Algún día iba a casarme. Pudiste esperar a una mujer sin
grandes petacas y con mayores prendas intelectuales, insistí. No te azotes. En
el despacho todos eran casados. ¿Cómo rezagarme?
¿Estaba don
Superbuenasmaneras perdiendo oportunidades de socializar en pareja? Nada.
Mentira. Se reunían sin esposa. Los viernes a beber porque sí y los sábados a
ver el boxeo.
Él y sus amigos disponían de
una mesera abusada gracias a los electrochoques que le aplicaban, vía las
torturas mentales. Eso sí, con permiso para ir a comprar cigarros, hielo o
trago…
El primer infarto, el
cerebral, le dio a Papito Leo durante los minutos de una salida mía a la
esquina, corriendito, a comprar hielo. Me regañaba, iracundo, si no tenía al alcance
la parafernalia completa de su borrachera a tope. Olvídese del corriendito...
Hacía las compras cuando ya
estaban todos, o lo ponía de mi sueldo. Si cualesquiera de ellos sacaba el
dinero de su bolsa, al ver que yo atrasaba el cumplimiento de ir a la esquina
por lo que fuera, Papito Leo me daba el dinero simulando una generosidad
inexistente. En esas compras, me quedaba con el cambio para recuperar algo. Humillante.
Gracias a los Gandini, a la
vecina, y al exfutbolista restaurantero, su exmarido, argentinos que
aparecieron en el reducido panorama desértico de nuestra vida, gasté ya sólo en
cubitos de hielo. La vecina nos informaba de que habían llegado las vituallas.
Así las llamaba, vituallas y hubiera alcanzado como para un batallón de agotados
guerreros hambrientos.
Leo y el señor Gandini
fijaron un día quincenal, uno antes de la cita con los amigotes de papito porque
así convenía a Leo. Esos amigos llevaban su propia botella de vodka o de whisky
porque no todos bebían cubas con pécsis, y si hacían el intento o la finta de
cooperar para la compra de la botana, Papito
Leo lo impedía.
Al acabarse la botella, yo iba
a la tienda por otra, previo pago, y por cigarrillos y papas y pistaches.
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