1853) c. 12
(2260)
Torerazo
Esa mañana decembrina. recorría el pasillo angosto del
patio de la casa cuando sentí las tiernas y cálidas caricias del dios Sol. Estaba
a punto de darme un baño. Petunia parecía un tanto atrasada y yo pretendía que viera
que por fin estrené su regalo de aniversario de matrimonio. Casi seis sexenios.
Había roto la marca de mis contemporáneos. En su momento Lo pensé mucho porque
los hombres duros ni bailan ni se casan. A petunia le dijo su señor padre,
hijita cásate con quien quieras menos con un periodista. ¿Y qué creen? Así que
al cumplir los 35 de casados se me ocurrió regalarle unas gafas oscuras de carey estilo top model. Ella
estaba hecha cruces pensando en qué darme a mí. Como todo hombre duro dije con desdén regálame
una trusa.
Lo hizo, pero no me la ponía. Preguntaba y yo le decía
Odio a los que poséen algo nuevo y te lo ponen ante la nariz. Una vez un compa estrenó
una pulserita como de mampo. La sopesé.
No digas nada, pidió. Me la regaló mi esposa. Pero sí dije algo: Mis respetos.
Salúdamela por favor.
Así que esa mañana
a punto de bañarme y de ponerme otra trusa me senté a leer Babelia, el
suplemento cultural. El dios sol bañándome con sus tiernos rayos cálidos en el frío
medio día. De súbito oí la llave en el portón. Ha de ser mi Petunia, dije. Que
bueno. Cubriéndome las piernas chuecas con el Babelia voy a dar una manoletina
para que vea que por fin estrené mi trusa con los Simpson dibujados por
doquier.
Pero quien entró fue Bru, mi hijo veinteañero. Detrás
de él Ramón, su amigo.
––¡Pa!, gritó Bru angustiado, vengo con mis amigos y
son muchos.
Entonces vi que detrás de Ramón entraba una chica.
Espantado corrí hacia el fondo buscando las tablas.
¡Ay, güey ––alcancé a escuchar.
Se lo conté a Petunia. Un tanto fastidiado.
––Ay si tú, el hombre duro se espanta.
––No es eso, querida ––le dije, sino que yo corría
huyendo de aquel ay güey, que odio en labios de una chica guapa, sin lograrlo
porque me persiguió, la expresión, hasta mi refugio, las tablas. Si quieres te
digo todo lo que les oigo a ellas en el micro y en el metro
––Ni te atrevas –dijo y agregó oye qué bien te quedó.
El hombre duro parece torero.
De la tercera edad bufé como todo güey que se precie.
Maestro... no pude evitarlo y me reí hasta hace un rato. ¡Torerazo! -sin duda-, y parafraseando al Rayo Macoy, te diré que lo bueno fue que no te metieron a varas.
ResponderEliminarTe mando un abrazo, y gracias por la Turbo.
Es bueno reír el fin de año. Pero, sobre rodo, de este sexenio... ¿Quién dijo que cuando la mierda le llega al cocgote se pone a cantar
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