TURBOCRÓNICAS
CHECHÉ
“Marco, dedícale unas letras a los enfermos. Siempre
necesitamos fuerzas para seguir adelante. Yo padezco el Wolf Parkinson
Wife; son arritmias y taquicardias y tengo achaques serios, pero no dejo las letras
ni el periodismo. Es una labor admirable pero desgastante física y
emocionalmente”: Cheché.
Amigo, quedé asombrado con tu breve correo. El tema es
complejo y casi casi tabú. Nadie quiere publicar nada sobre enfermedades y
menos libros en cuya portada se mencione a la muerte.
Cuando fundamos un diario en los setenta, alguien hizo
un reportaje. El escritor argentino Humberto Constantini, dijo que estaba bien
escrito y reporteado pero deprimente, que intentara retirarlo. En efecto,
cuando terminé de leerlo sentí que yo estaba ya canceroso.
A cierta edad concluí que era un hipocondriaco. A los
diez años leí un reportaje sobre la leucemia en el Selecciones. Esa noche no
pude dormir presa del miedo porque empecé a sentir los síntomas. Un grupo de
colegas se burlaba contándome que tenían cierta enfermedad y yo los cosía a
preguntas sobre los síntomas. Cierta vez, Hugo del Río dijo que iba a morir de
pancreatitis. ¿Qué sientes?, le pregunté. No te digo fue la respuesta sádica.
Después se lo contó a toda la redacción. Un gastroenterólogo del que me hice
amigo a base de consultarlo y de beber juntos lo consulté una noche. Al entrar
me dijo, enigmático: pon el seguro. Enseguida abrió una gaveta, sacó una de
whisky, dos vasos, agua mineral helada y nos pusimos a beber. Ya medio bolos,
le dije escucha doc, yo vine por los resultados de mis análisis. ¿Me estás emborrachando
porque salieron negativos? Él me vio a los ojos muy serio, luego sonrió.
Escucha, me dijo tú no eres un hipocondriaco. Que sí existen y de a deveras. Tú
lo eres pero chafita, salud.
Cheché. ¿Por qué te autodenominas Cheché? Yo creo que
ante cualquier enfermedad queda resistir. La fe te sube las defensas, dicen.
Pero en este mundo ¿en qué o en quién puedes tener fe? Invéntate un dios.
Faulkner dice que a un escritor nada lo destruye.
Para terminar yo siempre sospeché de que el agua con
bichos de la tierruca y los zancudos, más que mi padre, me echaron a perder la
niñez y la adolescencia. Cuando supe que la madre te transmite poco menos de
200 enfermedades, debí resignarme. la mía era enfermiza e hipocondriaca. Murió poco antes de cumplir
los cien. No obstante lo que la hacía feliz es cuando le decían vamos a tener
que operarla.
Constantini murió de cáncer.
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