De postre,
escribir
Cada vez reduzco más mi campo de investigación, estimado
Gusgús. Lo circunscribo a lo que escribo en mis dos ocupaciones. Suficiente
para mí. Si no, tengo líos, el lío de perder tiempo si me dejo llevar por la
curiosidad, lo cual es relativo. Es decir, cualquier investigación puede
servirte mañana, sí, pero ¿y si no? Cierto, el tema acerca del “efecto
mariposa” va y viene ahora en Internet. El aleteo de una mariposa en Pekín
puede provocar un tsunami en Puerto Madero, Chiapas. Hay películas y canciones.
¿Cuándo supe de su existencia? Cuando leí un cuento de Ray Bradbury (1920-2012)
en los años 70 del siglo pasado. Quizá si escribiera una novela basado en el
tema investigaría qué novedades hay casi medio siglo después. Sólo que se me
ocurriera escribiría un cuento y de ocurrírseme dudo de igualar a Bradbury.
¿Por qué no un relato sobre la clase de vida que llevan los mayas en el
subsuelo de Marte?
De entre los 65 mil pensamientos que generamos a
diario pienso cuando tengo un respiro que habría sido más trinchón o menos burro
si hubieran mundializado Internet desde los principios de su existencia, hace cuarenta
y pico de años, según sé. Habría hecho mejor labor reporteril y mis libros quizá
serían mejores. También me pregunto ¿por qué los veinteañeros pierden tiempo en
Face-book y en el Twiter con todo lo que hay de aprovechable para ellos en la
red. Como diversión podría estar bien. Pero ¿y la escuela y el trabajo? Quienes
ven nomás basura es porque se hacen bolas o se ahogan en la mengambrea de las
minucias. Esta clase de navegación reclama disciplina para no navegar a lo wey.
Estoy en las horas dedicadas a mi trabajo
periodístico. Ernest Hemingway (1899-1961) dijo que si queríamos escribir
ejerciéramos el periodismo durante cinco años y lo abandonáramos. No entró en
detalles, pero vivió otras circunstancias y otra época. ¿Te imaginas su aumento
de “productividad” provisto de una compu, él que escribía una cuartilla casi
perfecta al día? Recién le contaba a Petunia Flowers mi descubrimiento de una confirmación,
quién sabe de cuántas, del consejo de Papá Hemingway. De no hacer la talacha
periodística aprovecharía el tiempo en más lecturas necesarias para mi trabajo
de narrador o… ¡en navegar a lo wey! Si no hicieras esa talacha, dijo ella,
morirías de hambre. Al oírme tartamudear, agregó que debiera tomar la narrativa
como postre.
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