Sábados de
Coyoacán
Todos los libros tienen un principio aburrido, pero mejoran,
le dijo Cara Carnosa (CC), mujer robusta, a su madre, una anciana bien peinada,
con una gran mariposa de oro ciñéndole el cabello blanco. ¿Qué que qué?, se
dijo Feldespato y giró el cuello. Ellas tomaban espumosos capuchinos en la
banca de metal de la calle de Allende, ante la cafetería El Jarocho. Feldes, un
“chutazo” de mokachino.
Feldespato prefiere asiento en Cuauhémoc, sitio de malos
conocidos y no de advenedizos por conocer en las bancas de madera de Allende. CC
le había ordenado a su madre siéntese ahí, a usted que le gusta el sol. Acababa
de irse una gringa. Sin duda, se dijo Feldespato porque ella le sonrió al sentarse.
Las mexicanas enchuecan la cara.
Él observaba el paso de perros tirando de viejos,
jóvenes y niños. Bestias chicas y grandes de dos en dos. Bien cuidadas. Más
cepilladas que sus amos en bermudas y en chanclas, recién salidos de la cama.
Sin bañarse, excepto los niños y los adultos. Iban por cafés o chocolates. Un
cartel anunciaba el 59 aniversario de El Jarocho, cadena exitosa de Coyoacán.
La gringa estuvo minutos. Seguía dos consignas
propias: sonreír y moverse. “¡Move!”, “¡move!”... Habituado a las fruncidas, Feldes
respondió con una sonrisa de lado. Un cincuentón de gafas negras había pedido que
recogieran toda “esa basura”, graznó, mientras señalaba con un dedo artrítico, la
macetota de un árbol con vasos de capuchinos, de chocolate y una paleta de
caramelo chupada. Se los dije a ellos como se lo estoy diciendo a usted que ni
caso me hace, ladró el viejo carcamechuzo como si Feldes pudiera adivinar
aquella mirada oculta. El tipo avanzó meneando su indignado trasero. Luego de
la gringa, Cara Carnosa y su madre ocuparon el resto de la banca.
El comentario acerca de los libros había surgido
porque un vendedor les ofreció separadores. ¿Ya leyó el libro que le di?,
preguntó CC. No lo he terminado, dijo la anciana. Leer no le hace daño, madre.
Tengo un altero. Una cosa es que tenga un altero y otra cosa es que los lea. El
que me acabas de dar está muy aburrido… Ya vámonos, dijo CC. Feldes sintió ganas
de preguntar si el libro era como uno de los que él había echado al baúl, esos que
vendía por kilo. CC tiró de su cabecita blanca. La mariposa parecía aletear con
ímpetu para que la anciana levitara en su enfurruñado desplazamiento atropellado.
Ya es mucho ya, MAC, ni la burla perdonan. En selva de ciegos, el tonto es rey, ¿o cómo era?
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Saludos