El boxeador
pensante
Cuando Salvador Ángeles bajó del cuadrilátero por
entre las cuerdas, un impulso me acercó a él y le dije que se despreocupara, que
para la próxima… La sede del campeonato de los guantes de oro era el Country
Club con nutrido público. Él era peso gallo y yo pluma. Nos habíamos conocido en
la secundaria y el boxeo nos acercó. Teníamos entrenador en casa. Salvador a su
hermano Feliciano, y yo al Ogro, expúgil. Además coincidimos en nuestros gustos
por Kid Camarón, Kid Chichitas, Kid Paletas, Kid Turpin, los hermanos Alonso y
Marco Antonio Ochoa, el Pantera Negra y el Quien Suyo (a) Felipe Martínez.
Salvador estudió contaduría, pero tuvo varios negocios.
Muy serio me dijo en El Gato Azul, un bar suyo, que las meseras le aconsejaban ir
menos porque los clientes le temían. Pero cómo, dijo él, si al ojo del amo… Le
pregunté el porqué de ese miedo. Riendo contó que les encajaba gancho al hígado,
luego de la finta arriba, y zurdazo a la quijada y santo remedio, pagaban la
cuenta.
Montó una exitosa refresquería que vendió y dos
taquerías pero el de carnitas estuvo mal ubicado y el de los tacos de canasta contaba
con escasa clientela porque desconocían el producto. Al final abrió un
restaurante en las goteras de la ciudad, como se decía antes, y ahí le fue bien,
secundado por su compañera Esperanza Palacios Chiu. Pero antes, cuando
intentamos hacer un periódico semanario, él fungió de gerente. Otra vez nos
vimos a menudo y advertí en él a un ser excepcional. Tenía un discurso articulado
y le fastidiaba quienes andaban con prisas. ¿Sabes qué?, me dijo. Son estúpidos…
No les alcanza el tiempo, dicen ellos. Pero siempre hacen dos veces las cosas. Aunque
él era de los que vivían y dejaban vivir. Porque nunca me dijo qué debí haber
hecho con mi vida o qué debía hacer enseguida, una costumbre en el Soconusco. Allá,
con sus excepciones todos son perfectos, y te dicen cómo debes vivir.
Quizá yo iba por el mismo camino, contaminado, pero
aprendí la lección cuando Salvador Ángeles Pérez bajó del ring y lo acompañé a
los vestidores. ¿Iba a decirle cómo debió hacerle para noquear en los tres
rounds y cómo hacerle en la siguiente pelea? Traté de animarlo. No chingues, me
dijo entre serio y sonriente. Pinche madriza que me acomodaron… Mejor voy a
estudiar… Ahora mi querido amigo está muerto y sin duda partió contento sin
arrepentirse de haber dejado el boxeo por el estudio.
marcoaureliocarballo.blogspot.com
Qué onda, MAC. ¿Tiene relación esta persona con tu personaje aquel que es boxeador? El de un cuento de La novela de Betoven... donde unos se madrean, eso sí, caballerosamente.
ResponderEliminarSaludos,
Mario
Mario: En "la novela de Betoven y otros relatos" hay creación y recreación. "El boxeador pensante" es un texto basado en novente y nueve punto nueve por ciento en la realidad real. Saludos: MAC
ResponderEliminarJajajaja, 0k. Saludos cordiales, MAC.
ResponderEliminarMario