Turbocrónicas
FRAGMENTO 81
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
En cierta forma la
novela es el reflejo de la condición humana desde la autobiografía del autor,
lic. Si no, entonces resulta academia, dicen los maestros, o plagio. Hay una
solución en caso de que resultara una autora pudibunda, escribiría mi historia
en tercera persona.
Por cierto, las llamo poetas y no poetisas. Para
variar, Leo me regañó.
––¡Poetisa, no poeta! ––graznó como zopilote.
Si bien esa chachalaca desplumada abrevaba en los
diarios y en cuanto oía en la calle y en los juzgados, o en casa cuando nos
dejaba hablar. Quizá seguía al pie de la letra la consigna de ser selectivo,
como toda persona talentosa, según se autoelogiaba sin descanso. Mas, del
periódico, leía hasta el obituario.
––Pinches viejas ––dijo esa vez––. Ahí andan de
argüenderas y de revoltosas pidiendo igualdad de trato y, cuando tienen la
palabra apropiada, como poetisa, echan mano de la otra, de la palabra que
designa a los hombres.
Si él hacía pausas era sólo para tomar vuelo, para
pasarse el tubito de crema por los labios, o para beber de su cuba.
––Las mujeres tienen una ventaja sobre los hombres
––dijo de repente.
––¡Ah!, ¿sí?, ¿y cuál es esa? ––le pregunté.
––Una mujer puede afirmar de otra que es guapa y que tiene
bonito cuerpo ––dijo––. Pura melcocha… En el varón serían choterías. Limítense
a lo suyo, zorras bastardas.
––Ausencia de envidia ––le dije.
––No chingues ––replicó––. La envidia es universal.
Unos más, otros menos.
––Tienes razón ––le dije, agotada.
––Eso no es todo ––dijo él––. En los últimos años he
escuchado cuando una mujer se refiere a un tipo llamándolo niño…, y el niño es
un güevonzote de veinte, treinta años.
–– Cortesía ––le
dije––. Cariño.
––¡Mamadas! Se lo he escuchado a las pendejitas, pero
con ellas no me meto. Las echaste a perder. No hay malos padres, hay malas
madres, diría el psicólogo Benjamín Domínguez. También sucede con las
groserías. ¿Dime una…, una sola inventada por las viejas?
Guardé silencio. ¿Dónde había escuchado al psicólogo?
Turbocrónicas
FRAGMENTO 82
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
––¿Sabes qué acabo de oír, Petacona? ––preguntó,
cambiando de tono, como si yo fuera adivina––. Una mugrosa de secundaria le
gritaba a su compañera, igual de mugrosa, de pelos tiesos ambas, prietas mis
compañeras. Le gritaba ¡Oye, güey!… ¡Escúchame, güey!… Ignoran lo que significa
güey. Si fueran a la escuela a desapendejarse y no a ver con quién cogen, no se
referirían así entre ellas. Por lo pronto carecen de güevos. Si lo dudan,
viejas ignorantes, ¡escúlquense, cabronas!
¿A poco ustedes,
licenciado, con todo respeto, sabían desde la secundaria el significado de la
palabra cabrón, desplazada por la palabra güey? No se lo pregunté a Leo porque
yo estaba lavando el sartén donde le había frito dos mojarras. Aunque son muy
sabrosas he terminado odiándolas. Puedo comer una, dos, pero es una tortura
freírlas. A mi madre le gustaban aunque no cada viernes. Terminé odiándolas, no
por las de un mes, por las de veintitantos años. Mi marido-patrón sentó
jurisprudencia desde la primera semana de casados. Los viernes, mojarras, y
tenguayacas o tenguacayas, que nunca jamás hallé, y bien pero bien fritas.
Fritas las mojarras y frita yo.
Leo le presumía a las niñas el esqueleto del pescado
como si él encarnara al gato Félix de la historieta... Un expertazo. Cuando se
le quebraba y le quedaba la cabeza en una mano y la cola en la otra, ¿qué cree?
A ver si te fijas, Fundillona, decía, y para la próxima no permites que el
vendedor te vea la cara… Esta mojarra es de la semana santa, pero de hace tres
años… Los viernes yo rezaba porque Leo tuviera buen día en el despacho y en los
juzgados. Cualquier movimiento brusco podía partir su pinche mojarra.
Me habitué a
sus regaños o me abstraía. Mas el primer año lo enfrenté.
––No te cansas, ¿eh? ––le dije––. Debieras ser
tolerante. Soy mujer.
––¿Qué querías?
––mugió––. ¿Que me casara con un güey?
Lo noté rabioso.
––¡Desde luego!, mi Lilia Prado del sur ––continuó con
su tonito de burla––, como dice el periodista... ¿Cómo se llama?...
Puta... Lo he visto en la tele... Él
dice que la mujer sería inteligente si fuera hombre… ¿De acuerdo?
Otra cita medio acreditada. Raro… ¿Que no tienes ideas
propias?, iba a decirle. Pero no tuve tiempo.
Turbocrónicas
FRAGMENTO 83
de “El último
protomacho, creativo y perfeccionista, en el país de las colas sin fin y las
narices de mango”, novela de
MARCO AURELIO CARBALLO (MAC)
––Ahora respecto a los regaños… ––dijo él––. ¡Claro que te regaño! Fui tu profesor de
prepa y ahora lo soy en tu vida cotidiana. ¿Qué hago si no aprendes? ¿Ponerte
orejotas de acémila? ¿Ignorarte?... Eso quisieras, pero nones porque estoy de
por medio yo… Está de por medio mi seguridad, doña Petacas.
Leo lograba desahogarse al emitir cualquier opinión
sobre mí, y yo fingía abatimiento. Lo miraba disfrutar cuando él confirmaba su
opinión sobre mi persona. Fue como conocí al enemigo. Cuando se iba de la boca.
––Si te dejo el volante un día te estrellarás y yo
quedaré cuadrapléjico ––dijo premonitorio––, o yo moriré y tú te salvarás…
¿Sabes qué hago de noche, aparte de confirmar si está puesto el seguro de la
puerta y las ventanas cerradas?... ¡¿Me estás oyendo, Fundillona?!
Lo vi a la cara.
––Husmeo si no has dejado escapándose el gas.
Quiero pues
escribir mis memorias, licenciado.
Noveladas o sin novelar. Mi maridito sería el gran personaje para bien o para
mal. Me hice el propósito de iniciarlas enseguida de que él publicara su libro
y mis hijas estuvieran crecidas. Si la idea aparecía de repente acuciante, yo
misma me echaba porras. Iba a empezar cuando ellas fueran adolescentes y cuando
lo fueron lo pospuse, sumida en la depre, para cuando les llegara la época de
universitarias, y llegó esa época y...
Quizá las memorias queden solo en recuerdos. Hay
cierto punto a partir del cual a una empieza a flaquearle la memoria, según sé.
Queda el recurso de escribir novelas con los recuerdos imborrables y dosis de
ficción suficientes. Me distraían los problemas económicos… ¿Qué te pasa?,
preguntaba Leo. Tu pex es muy sencillo, Petacona. Te lo diré por primera y
única vez. Si tienes cien, gasta noventa. ¿Está claro?... Clarísimo. Su
advertencia de, comillas, te lo voy a decir por primera y única vez, comillas,
era un mero decir. A la menor oportunidad, repetía la genial fórmula.
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