Quiero compartir con los lectores de este blog el artículo de mi querido amigo Rafael Cardona Sandoval publicado en "La crónica", diario capitalino: MAC
El cristalazo
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> Aquella mañana con Cortázar
> RAFAEL CARDONA
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> Seguramente habíamos ido a desayunar a “La calesa” o a “El hueso”. La ocasión, la memorable ocasión (como estas líneas prueban) de seguro impidió el terapéutico almuerzo tempranero en "La mundial" con sus aromáticos huevos salseados con chorizo y la primera y poco recomendable cerveza matutina.
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> Pero allá por Avenida Juárez íbamos los dos con un secreto alborozo emocionado rumbo al Hotel del Prado. Podríamos saludar a Diego y a Frida y a Posada y a don Joaquín de la Cantolla y luego, de seguro al doblar una esquina cualquiera del alfombrado corredor, hallarnos cara a cara con la visión incomparable, con el más grande de los escritores del “boom” latinoamericano, con el inigualable y cada día más grande y más extraño y más barbudo y más silencioso, serio, discreto y todo lo demás, el maestro; el obispo de la palabra argentina (el Papa era Borges), el enorme, hasta físicamente, Julio Cortázar.
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> Caminábamos mientras cada uno de los dos –Marco Aurelio Carballo y este redactor-, practicaba en silencio cómo se acercaría a Julio. A pesar de ser reporteros profesionales, curtidos en muchos escenarios formales, violentos; estudiantiles, diplomáticos, policiacos y de cuanto hay, llevábamos cautelas de quinceañera al entrar a la matinée con novio y sin chaperona.
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> --¿Qué le vas a preguntar?, le dije a Carballo cuya apariencia entonces oscilaba entre un príncipe Lacandón y un musculoso agente de la judicial.
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> --Si no se arrepiente de haber quemado su primera novela. Yo acabo de hacer lo mismo. ¿Y tu?
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> --Pues no sé, quizá sobre los brincos de la “Rayuela”, si se trata de un recurso literario o de una forma de jugar con los textos o de vernos a todos la cara de pendejos. No se”.
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> Obviamente cuando lo tuve enfrente le dije otras cosas, menos de la estructura de la novela.
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> Tal y como lo habíamos imaginado nos hallamos con Cortázar cerca del vestíbulo. Ni habíamos hecho cita ni teníamos mayor finalidad. La “entrevista” era un pretexto, la verdad.
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> Era el pasaporte para ir a La Meca, tener un fugaz encuentro admirativo y devoto, generado por la lectura de “Los premios” y “Rayuela”, obviamente y alimentada por algo entonces todavía respetable (1972 o 73, creo): la leyenda cultural de la Casa de las Américas y los nombres de Roberto Fernández Retamar, Haydeé Santamaría y toda aquella mitología alimentada por la Revolución Cubana.
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> --Señor Cortázar, me presenté. ¿Me permite un par de preguntas?
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> --Pero de prisa, por favor. Debo ir a la reunión.
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> Le pregunté a Cortázar si el “boom” –esa moda cuya consagración tuvo tres premios Nobel, Paz (de la misma edad suya), García Márquez y Vargas Llosa--, era un triunfo cultural de Latinoamérica, el retorno de las carabelas o un simple éxito de mercadotecnia de los editores catalanes. Ya ni recuerdo la respuesta pero sí me quedó claro cómo desdeñó mi audacia.
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> Carballo entró al quite.
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> --¿Usted quemó su primera novela? ¿Deben todos los escritores hacer lo mismo, ser tan rigurosos?
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> --Solo si es tan mala como aquella, le dijo Don Julio con una sonrisa condescendiente.
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> --Es que yo… le dijo aquel.
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> --“Sí, usted ya quemó o va a quemar una. No lo haga, guárdela. No desperdicie dos veces el papel.” Después de eso Carballo se dedicó plenamente a la literatura. Dejó la prensa diaria.
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> Todo esto me ha venido a la cabeza por varias razones. La primera, porque la conmemoración de los 50 años del nacimiento de “Rayuela” ha resucitado el libro magnífico de Cortázar y por la cantidad de idioteces con las cuales algunos “escritorcitos y escritorcitas” han opinado aquí, llenos de jactancia y pedantería, sobre ella y el medio centenario.
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> La segunda por la lectura de algunos párrafos insuperables:
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> ”…Dejate caer, golondrina, con esas filosas tijeras que recortan el cielo de Saint Germain des Près, arrancá estos ojos que miran sin ver, estoy condenado sin apelación, pronto a ese cadalso azul al que me izan las manos de la mujer cuidando a su hijo, pronto la pena, pronto el orden mentido de estar solo y recobrar la suficiencia, la egociencia, la conciencia. Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, por fin a cosas vivas.”
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> Y:
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> “..Aureliano podía imaginarlo entonces con un suéter de cuello alto que sólo se quitaba cuando las terrazas de Montparnasse se llenaban de enamorados primaverales, y durmiendo de día y escribiendo de noche para confundir al hambre, en el cuarto oloroso a espuma de coliflores hervidos donde habría de morir Rocamadour.”
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> La tercera, y quizá la única importante: por los quebrantos de salud de Marco Aurelio con quien me atan cuerdas del pasado, memorias, disputas y afinidades irrompibles. Y por no haber hallado antes otro momento para escribirle y decirle tantas cosas como esta columna no dice, pero sabe. Y sabe él también.
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