2 de octubre de 2011

TURBOCRÓNICAS


El gabinete siniestro

Primeriza.- Las dos mujeres parecidas entre sí entraron orgullosas al restaurante esa mañana de principios del otoño con sus respectivos hijos en brazos. Altas, delgadas y de cabello lacio, brillante y rubio. Gafas de miope. Ocuparon el gabinete siniestro y llamaron la atención al empezar los chillidos. Era uno de los niños, de un mes o de un mes y medio de nacido. Su cabeza tamaño naranja era muy velluda. Así estuvieron minutos. Cuando la mamá empezó a sollozar y se quitó las gafas y se enjugó las lágrimas, la otra dejó a su crío sentado, mucho mayor, para atender, arrullando, al nene inconsolable. Nada. Luego recurrió al elemental expediente de echarle un vistazo al pañal. La mamá se lo cambió y el niño pareció calmarse. Ella se enjugó las lágrimas y medio le sonrió a la posible hermana. A los pocos segundos el niño volvió a los berridos. Las mujeres cruzaron palabras. Entonces la madre le ensartó la teta derecha en la boquita. Más alaridos. Más tensión. La experta le dijo algo en susurros a la primeriza. Entonces ésta lo cambió al pecho izquierdo. Santo remedio. Casi le aplauden.
Mona.- En el gabinete embrujado, entrando, el tercero del lado derecho, estaba un veinteañero dormido, cara puesta sobre una libreta abierta. Eran como once de la mañana. A ambos lados tenía un jugo de naranja y una cerveza oscura. Dos mujeres parlanchinas iban a sentarse frente a él, pero al verlo se siguieron al fondo. Inaudito. ¿Cuándo se había visto que…? El capitán, vestido como empleado de pompas fúnebres, iba y venía sin verlo. Al despertar, el muchacho pasó una mano sobre la libreta, planchándola o secándola y reanudó la lectura o la tarea.
La maja descalza.- La pareja de adultos estaba en un asiento del gabinete siniestro y enfrente, en el otro, a sus anchas, una adolescente vestida de camiseta blanca holgada y de pants y sandalias. Se estiraba, gatuna, sin apenas levantar los brazos. Hablaba por los codos. De golpe medio se recostó y subió el pie descalzo al espacio vacío de su asiento, y se lo frotó y se tronó los dedos, uno a uno. Mantuvo la mano buen rato en esa parte de su humanidad. Si uno de los evidentes padres hablaba, ella volvía a frotarse el pie… Dejó de hacerlo cuando la mesera le puso al frente un platón con tamales, chilaquiles y frijoles y crema, que la chica bañó con salsa mexicana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario